'No tengo pa' regresarme'

AutorAndro Aguilar

TULTITLÁN.- Desde que cerraron el tiradero de basura a cielo abierto de este municipio, Esiquia Peñaloza Urbina añora volver a su natal Guerrero.

Hace una década llegó al Estado de México, la entidad que más pobres ha generado en el país desde 2010. Durante más de un año, ella y cinco de sus seis hijos vivieron de la basura. Separó plástico, papel y otros materiales para venderlos y sobrevivir.

Los 400 pesos que sacaba cada día le permitían mantener a tres de sus hijas y sus dos hijos, de 18, 16, 13, 10 y 6 años de edad; pero el 4 de abril pasado el ayuntamiento cerró el basurero ya saturado de desperdicios.

Se empleó entonces en una maquila que tritura plástico, situada a 2 kilómetros de la vivienda que renta. Y pasó a ganar 700 pesos por seis días de trabajo.

No ha podido juntar el capital suficiente para montar un negocio que le permita hacer lo que aprendió en Guerrero, donde comerciaba mangos, jitomates, chile y cebolla en un puesto del mercado central de la colonia Progreso, en Acapulco.

Y tampoco le alcanza para regresarse.

Pobreza-migración-pobreza

Esiquia nació en el municipio de Montecillos, en la Costa Chica de Guerrero, pero creció en Ometepec, con unos tíos, porque sus padres murieron sin dejarle un solo recuerdo. Tiene cinco hermanos desperdigados en cuatro estados.

A principios de los noventa, se casó y se fue a vivir a Acapulco, donde tenía un terreno en el que su esposo Fernando había prometido fincarle su casa. Pero el proyecto quedó inconcluso. Una tarde él cayó de un árbol mientras cortaba mangos. Murió.

El terreno fue invadido por un hombre que algunos señalaban como guardaespaldas de un político local, quien la obligó a malvender.

Después, también tuvo que vender su puesto en el mercado. Y finalmente emigró, cuando su hermana, que desde entonces trabaja en la Secretaría de la Defensa Nacional, le ofreció ayudarla.

Esiquia salió de Guerrero, el tercer estado más pobre del país, con 32 años y cinco hijos -la mayor de 11 años, la menor de tres meses.

El apoyo de su hermana duró los primeros dos años; después vino un distanciamiento que, de sólo recordarlo, provoca que se le quiebre la voz. "Qué arrepentida estoy", lamenta.

Ahora tiene 42 años y confiesa que por las noches el llanto le brota de golpe. "Ya estoy grande, pero sí lloro", dice como si su edad se lo debiera impedir.

En los últimos años, la zona conurbada de la Ciudad de México le ha mostrado su peor cara. Se ha empleado como vendedora de dulces afuera del...

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