'Yo no maté a mi hijo'

José Meléndez, corresponsal

SAN JOSÉ, Costa Rica, enero 5 (EL UNIVERSAL).- No al aborto terapéutico o espontáneo, violación sexual, tocamiento de genitales, asesinatos? ser mujer es un riesgo en El Salvador, donde por ese hecho se puede recibir un boleto directo a la cárcel, al cementerio, al repudio social, al silencio obligado o al exilio.

La salvadoreña María Teresa Rivera, de 37 años, sufrió todo lo anterior. Un día de 2011, sin saber que estaba embarazada se desmayó en el baño de su casa en El Salvador y despertó en un hospital, rodeada de autoridades policiales y judiciales y acusada de homicidio agravado por la muerte del feto. Fue condenada a 40 años de cárcel. El aborto está penalizado en todas sus formas en El Salvador. Las leyes castigan con prisión sin importar si la salud de la madre está en situación extrema de peligro, si hay inviabilidad del feto por malformaciones incompatibles con su vida o si el embarazo fue por incesto o violación.

Tras sufrir presidio, Rivera derrotó a la ley salvadoreña, pero a un alto costo: hostigada socialmente en El Salvador, Suecia le concedió protección y se convirtió en la primera mujer en obtener asilo por razones fundadas de persecución por una política antiaborto. "Soy el primer caso internacional o mundial por persecución, primero por ser mujer, por haber sido condenada injustamente a 40 años de cárcel. Fue una tortura que el Estado salvadoreño cometió, no solo conmigo, sino con todas las mujeres. Por esa razón me dan asilo en Suecia: por la política de El Salvador contra el aborto", relata.

Originaria de San Juan Opico, en el centro-occidental departamento (estado) de La Libertad, su padre la abandonó desde bebé y quedó huérfana de madre a los cinco años, en 1987, durante la guerra civil que sacudió a El Salvador (1980-1992). Fue criada con su hermano Juan Antonio por familiares maternos. "Ellas no nos cuidaban, nos explotaban. Nunca tuve apoyo de mis parientes", narra en entrevista telefónica con EL UNIVERSAL desde Suecia.

Como pudo se matriculó en una escuela primaria nocturna. "Yo estaba muy feliz. Hacíamos dos grados a la vez y decía que iba a terminar rápido. Pero a mis ocho años fui violada en una ida a la escuela y desde ese momento mi vida cambió. Mi familia no me apoyó y decía que tenía la culpa por ir a una escuela de noche, pero no me dejaba estudiar de día", cuenta.

Tras la violación, perpetrada por vecinos de San Juan Opico, una "tía madrina" aceptó llevársela a la capital...

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