Noé Jitrik / El vuelo de la memoria

AutorNoé Jitrik

Al entrar a ese lugar, junto al Río de la Plata, ese tan consagrado por Borges, recordé, sin quererlo, un par de versos de un poema de Louis Aragon titulado, en castellano, El afiche rojo: "Muchos están muertos, muchos viven todavía". El poema está consagrado a un grupo de extranjeros que, en plena ocupación alemana, entraron a la resistencia francesa y fueron fusilados, sus nombres puestos en un cartel pegado a los muros de una ciudad. Lo que para los invasores podía ser exhibición infamante -parecida a la lúgubre tarea de los pregoneros medievales que anunciaban por las calles una ejecución- para la memoria y la poesía era inspiradora, la entrega de esos hombres a una causa libertaria no podía sino calentar los corazones de quienes, vivos todavía, peleaban por eso tan abstracto y, sin embargo, tan humano como es la libertad.

La evocación del poema no era gratuita: ese lugar al que aludo es un llamado Parque de la Memoria, junto al Río de la Plata y, casi entrando en él, enormes muros rectangulares, desplegados en el espacio, como si ascendieran hacia el otro espacio, el celeste, en un vuelo que no es el de la muerte sino el de la memoria, recogen los nombres de los asesinados por la represión previa a la dictadura de 1976 y, luego, abrumadoramente, la de aquellos a quienes la dictadura, arrojando los cuerpos precisamente en ese "río de sueñera y de barro", hizo "desaparecer", siniestra expresión que ennegreció un tramo importante de la vida de la República Argentina.

En delgadas y pequeñas placas, más de 8 mil -aunque en realidad los desa-parecidos fueron cerca de 30 mil-, están inscritos esos nombres, vasto recordatorio que provoca un frío en el alma de los que "están vivos todavía"; los largos frisos cubiertos de esos lacónicos nombres, sin fechas de muerte, sólo con mención de las edades, exhiben en una sola mirada panorámica lo que pasó en este país desde 1969 hasta 1983, en especial desde 1974 en adelante, tanto o más que los libros de historia o que los periódicos en los que los adjetivos alejan mientras que aquí los solos nombres acercan, hacen comprender.

Tal como ocurre en la vieja sinagoga de Praga, en cuyas paredes están escritos los nombres de los judíos asesinados por los nazis, o en Washington donde, única y pobre recompensa, están los nombres de los soldados que murieron en Vietnam, hay nombres reconocibles, los menos, y otros que no me dicen más que lo que puede haber sido su muerte. Conocidos, amigos, hijos de amigos, las...

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