Noé Jitrik / Atracción y abandono

AutorNoé Jitrik

Aura, de Carlos Fuentes, es una historia de presencias: hay alguien que está ahí porque ha estado antes y lo que va de su presencia antaño a su presencia actual es una inminencia, una sombra que planea sobre personajes que se asoman al ámbito en el que quien fue, y sigue siendo ya como sombra, vivió, soñó y amó, y fue desdichado.

En ese no estar y estar radica la fascinación de esta breve novela que, por supuesto, es un episodio en un linaje de narraciones articuladas por el mismo principio. Henry James, en Otra vuelta de tuerca, también relata ausencias presentes, intimidatorias para unos, familiares para otros. Dicho sea de paso, quien tradujo ese libro al castellano fue José Bianco que, a su turno, escribió Sombras suele vestir, un relato que no es inferior a los otros dos, y en el cual un fantasma convive con un hombre y los demás, los testigos, sólo intuyen esa presencia, pero no pueden comprenderla.

Pero si presencia rememorada y, luego de ausencia definitiva, presencia inminente, son la garantía de los relatos de fantasmas -ya se sabe que el fantasma regresa al lugar en el que reinó cuando era un ser vivo y no quiere abandonarlo- los fantasmas son el colmo de la otredad, es el otro llevado hasta la evanescencia, una entidad que desde el aquí de la narración no se puede asir precisamente porque es lo otro, lo radicalmente diferente. ¡Qué misterio el del "otro"!

Si fuera así, lo otro y lo diferente serían la misma cosa y, recíprocamente, todo lo que sea diferente -animales, plantas, aire, fuego, agua, sueños- sería lo "otro". Pero desde dónde y respecto de qué se puede estimar la otredad. Sin duda desde el uno que mira lo que está fuera de sí mismo y estima lo que lo separa de ello. El uno, por otra parte, es equivalente a un "yo", lo que permite acuñar una expresión aplicable ya no a esas diferencias tan absolutas sino a aquello que siendo como uno es sin embargo diferente: la expresión es "yo y el otro", de un alcance horizontal se diría, entre personas que en principio son lo mismo, pero que constituyen dos polos simétricos y distantes.

De este modo, yo es quien discrimina y reconoce la otredad, pero, al mismo tiempo, reconoce que el otro es igualmente un yo que ve al primero a su vez como otro. Los "yoes", entonces, al sentirse como tales, dan existencia al "otro" pero en su diferencia, en lo que siendo igual -sangre, huesos, piel, lengua, sitio, condición, edad, etcétera- al ser mirado como diferente lo hace impenetrable...

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