Los niños

AutorDiamela Eltit

Ahora los guardianes vigilan a los hijos de mi hermana como si fueran figuras de cristal talladas por artesanos húngaros. Más de un año ya desde que las imágenes de los niños desbordaron los periódicos, los noticieros e irrumpieron en la crispada ruta de las redes. Aparecieron tal como son, iguales a ellos mismos, consumidos por el borde opaco de una extensa belleza. Misteriosos. Ni sanos ni enfermos. A lo largo de unas horas tumultuosas, realmente agresivas, los hijos de mi hermana, alcanzaron un protagonismo que no pudo sino resultar dramático porque el recorte tangencial de sus figuras desencadenó la pasión por redimir las penurias de la infancia. El ambiguo enmarque de los rostros de los niños, rodeados por la policía, provocó un masivo estruendo público que no cedió por aproximadamente cuarenta y ocho horas. Ese tiempo consiguió que mi cuerpo se condensara y, a la vez, se disgregara en infinitos fragmentos de sensaciones porque ellos, los niños, renacieron ante mí. Los dos. Los mismos que antes sólo formaban parte del paisaje repetido y agotador que define a cualquier familia. Pero después que me avisó el Omar, me avisó el Lucho, los descubrí en la pantalla y me precipité hasta el departamento, subí las escaleras del bloque con una velocidad nueva y me senté estupefacta en el borde de una silla. Había trescientas Winchester calibre 270. Casi ahogada, con la respiración en un hilo, presuntamente asmática, pensé que por fin algo extraordinario nos había ocurrido. Un hecho público que ya no me obligaba a preguntarme por la veracidad de mi existencia. Mientras seguía sentada en la silla, en su exacto borde, noté que mi cerebro se expandía incrementado por latidos punzantes y noté el temblor en una parte de mi mano derecha. Me parecía asombroso que los hijos de mi hermana fueran capaces de producir un clima de estupefacción tan extenso. Pensé en los niños que antes nos pertenecían y en cómo ellos consiguieron individualizarse hasta alcanzar una difícil y exclusiva notoriedad debido a la conducta de mi hermana. Percibí también que se precipitaba sobre nosotros el hálito colectivo de horror y de un escándalo que, aunque efímero, resultaba elocuente. Había quince mil quinientos rifles Taurus M62. Sentada en la orilla de la silla nada parecía importante en el mundo, salvo los dos hijos de mi hermana y la realidad creciente de sus publicitados destinos. Los niños existían ante una parte del mundo y existía también mi hermana y, por fin, a lo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR