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Pánico Escénico / Caravaggio y el Torreño

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Vincent
AutorJosé Ramón Enríquez

Ni un poco gustaría a Quevedo leer que lo llamo Torreño al referirme a él como personaje de la novela de Álvaro Enrigue. Pero a Michelangelo Merissi le llamaron Caravaggio por su pueblo natal y al cardenal Felice Peretti, Enrigue lo llama Inquisidor Montalto por el convento al cual pertenecía antes de convertirse en el papa Sixto V (y el autor no deja de señalar la falta de humor de la Iglesia que no se atrevió a tener un Sixto VI). Bien puedo yo, sólo por molestar a don Francisco, asestarle el gentilicio de la Torre de Juan Abad, pueblo manchego del cual fue señor, en pleito constante con sus lugareños.

Pero si de molestarlo en serio se trata, Álvaro Enrigue apenas se contiene, en su novela Muerte súbita, al plantear a un Caravaggio, de 27 años, que acorraló en el urinario a un Quevedo de 20, hasta que éste se prendió del órgano viril de un pintor al que siempre he imaginado como al Vampiro de la Colonia Roma, de Luis Zapata. Y, tras prenderse don Francisco, "lo recorrió intrigado por sus aceites. Bajó un poco más"...

Y apareció el Duque de Osuna para impedir que el poeta debiera enfrentar en el espejo toda su homofobia, ese odio que "no se manifiesta de modo sólo racional, cristiano, humanista" que diría José Joaquín Blanco sino como "obsesión excremental" que diría Juan Goytisolo.

Lástima que la novela no permita decir de cierta parte de su cuerpo lo que dijera de la tal de su enemigo cordobés: "en Góngora y en culto, que un bujarrón le conociera apenas". Sobre todo cuando el bujarrón es nada menos que Caravaggio y nos movemos en los ámbitos del esperpento.

Porque es un esperpento Muerte súbita en la definición que hiciera del género Valle-Inclán. Álvaro Enrigue lo aclara, por si quedara duda, en su capítulo sobre La canasta de frutas: "fue pintado no como se ven las frutas al natural, sino como se reflejan a cierta distancia en un espejo cóncavo". Tal como veía Don Ramón la historia desde el Callejón del...

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