NEGRO Y CARGADO / ¿La Revolución?

AutorJosé Israel Carranza

Desde que el PRI fue desalojado por primera vez de Los Pinos, en diciembre de 2000, la impronta de la Revolución Mexicana en la vida pública del país ha ido deslavándose cada vez más, hasta el punto en que hoy es apenas una noción tan vaga que sólo sirve para que haya un día feriado en noviembre (y que ni siquiera cae en la fecha en que debería). ¿Se hacen todavía conmemoraciones en las escuelas primarias? Espero que no, pero lo espero sobre todo por razones personales y traumáticas: a mí siempre me tocaba salir disfrazado del tío abuelo prócer, con lentecitos de alambre y barba esponjosa de algodón.

No es, por supuesto, que antes del cambio de siglo tuviéramos muy claro qué significó aquel movimiento. Para empezar, las siete décadas que el PRI rigió el destino de México hacían suponer que la Revolución en realidad nunca había terminado: uno de los síntomas más clamorosos de la esquizofrenia nacional es que algo que por definición habría tenido que ser una etapa histórica de transformación (lucha armada, movimiento social, caudillismos y caos generalizado: una revuelta que debía cambiar el estado de las cosas) haya terminado institucionalizándose. ¿Cuál fue, digamos, el último muerto de la Revolución? ¿Colosio? Su asesinato, envuelto como estuvo (y seguirá estando) en la intriga más impenetrable, no es demasiado distinto de los de Obregón, de Carranza, de Zapata...

Dicho de otra forma: la solidez que Calles impuso al sistema, luego de que los generales dejaron de echar balas y más o menos se pusieron en paz (para repartirse los despojos que quedaron), la firmeza con que el Partido se erigió como el espacio mismo de la existencia de la nación, garantizó que las generaciones que habitaron esas siete décadas vivieran en una circunstancia paradójica en que los ímpetus revolucionarios estaban supeditados a la necesidad de estabilidad. Hasta que ya no fue posible seguir perpetuando esa ilusión.

No sé, a casi un cuarto de siglo de que aquel cuento empezó a olvidarse, qué tan lícito sea sentir nostalgia por un México que, aunque empobrecido y embrutecido y sin porvenir, al menos era más predecible que el de hoy. Consentirse alguna añoranza acaso se justifique sólo porque es lo propio de regresar en el recuerdo a la tierra en que uno nació y creció, pero lo cierto es que los esperpentos prohijados por la Revolución está bien que acaben confinados sólo en la memoria y que, junto con quienes poseemos esa memoria, vayan encaminándose a...

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