NEGRO Y CARGADO / ¿Calorcito?

AutorJosé Israel Carranza

El calor de este año en Guadalajara empezó entre las cuatro y las seis de la tarde del pasado viernes. En realidad, y porque imaginé que tendría alguna utilidad registrarlo con precisión (falso), quedó inaugurado a las 17:07, que fue el momento en que, para romper un silencio hecho de estupor y angustia, en casa se oyó por primera vez la frase "¡Qué calor se soltó!" -la dije yo, anteponiendo al sustantivo "calor" un calificativo soez que no voy a repetir aquí-. La obviedad encapsulada en semejante declaración inservible tal vez se disculpe si se tiene en cuenta cómo, por la mañana de ese mismo viernes y en las primeras horas de la tarde incluso, estuvo soplando un airecito sabroso -fue aironazo en algunas partes, del que tumba árboles-, y cómo al amanecer incluso hacía fresco. Pero a las 17:07 ya estábamos cociéndonos, pues en la ciudad (o en la zona donde vivimos) súbitamente el tiempo se había vuelto "bochornoso", que es el término que mejor comunica el conjunto de sensaciones desagradables y casi siempre inevitables que hay que empezar a sufrir: la sudoración y la consecuente pegosteosidad (de uno mismo, de los demás y de todas las cosas), el entorpecimiento del ánimo y la ralentización de la voluntad, el sopor, la molicie, y por fin la descomposición del humor y el aborrecimiento de la existencia. Aunque hacia la noche del viernes ciertamente cedió, el vaporcillo malsano que se alzó en la ciudad o cayó sobre ella fue ya un anticipo incontestable de lo que nos espera, pues no parece haber razones objetivas para suponer que 2024 será menos inclemente que 2023 en materia climática -"El tiempo está inclimante", decía un periquete no recuerdo de quién-. El 14 de junio del año pasado, según mi diario, fue señalado como el día más caluroso en la historia de Guadalajara, con 40.5 grados registrados en Los Colomos. No sé si luego de esa fecha se habrá batido otro récord, pero sí sé que junio estaba acabándose y, aunque las primeras lluvias ya se habían insinuado, yo seguía anotando cada noche de malas cómo el calor no parecía quitarse y cómo nos estaba volviendo locos. Varios meses todavía tuvimos que dejar a Carabobito prendido todas las noches -es un ventilador esférico que tenemos, muy práctico, para cargar con él a la recámara, a la sala, a la cocina (en casa bautizamos los muebles y los aparatos con nombres de gente que conocemos, como hace todo el mundo)-, y recuerdo haberlo guardado el mismo día en que sacamos los triques del Nacimiento. Es decir, que el...

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