El nacimiento del infrarrealismo

AutorJuan Pascoe

Dice Bolaño en Los detectives salvajes que el movimiento Real Visceralista -el nombre que da, en su México inventado, al movimiento literario que aglomera a sus jóvenes personajes- no tuvo ninguna fundación formal; pero el Movimiento Infrarrealista -que existió en la realidad, y acaso era más interesante- sí la tuvo. Se llevó a cabo en el departamento de la familia Montané... en la calle Argentina, en lo que se conoce ahora como el Centro Histórico de la Ciudad. El edificio ya no existe porque una década después de la junta, se descubrió una magna piedra tallada en el subsuelo cercano, y el Gobierno de la Ciudad decretó que se arrasara cierta cantidad de cuadras construidas para descubrir las ruinas del Templo Mayor. La entrada a este conjunto de departamentos quedaba a unas puertas, y del mismo lado de la calle, que la Librería Antigua Robredo, un laberinto libresco, atractivo por su arquitectura antigua, por su tamaño (cuartos y cuartos de libros hasta el techo), su olor a papel y cuero viejo, y por su promesa de tesoros por descubrirse; este negocio pertenecía a una de las libreras familias Porrúa. Exactamente enfrente de la entrada del edificio de departamentos, al otro lado de la calle, se encontraba un predio menor que, se descubrió después, era el sitio original de la primera imprenta en México, la de Juan Pablos, lugar que en la colonia llevaba el nombre de Casa de las Campanas.

Lo que se miraba del edificio de departamentos desde la calle era un muro de piedra tezontle, placas cuadradas de piedra volcánica roja, similar a los frentes de numerosos edificios coloniales que lo acompañaban; quizá por ello, nunca me había fijado en ese lugar sino hasta la noche que entramos (iba en compañía de Carla Rippey y Ricardo Pascoe: viajamos desde la calle Leonardo de Vinci en Mixcoac al Zócalo en trolebús, porque en esa fecha ninguno era dueño de un vehículo, ni teníamos dinero para andar en taxi) en búsqueda del departamento de la familia Montané, el número apuntado rápidamente junto al teléfono, sobre un pedazo recortado de sobre postal. Entonces, nos sorprendimos, al entrar, de encontrarnos, en lugar de un patio colonial, con un estacionamiento para vehículos, un espacio abierto al cielo, una hilera de departamentos más o menos modernos que abarcaba el ancho del predio, debajo del cual pasamos, y donde también se estacionaban carros, hasta otro espacio abierto al cielo. En la tercera y última hilera de departamentos subimos dos o tres pisos...

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