Myriam Vachez / Triste Cáucaso

AutorMyriam Vachez

En el mosaico de pueblos rusos que se niegan a vivir juntos, Osetia del Norte tiene la mala suerte de estar pésimamente ubicada: limita al este con Ingushetia, república poblada de refugiados provenientes de la siguiente vecina, Chechenia. Por ese motivo, el ejército ruso instaló su cuartel general en la capital osetia, Vladikavkaz, y desde entonces la región es blanco continuo de atentados e incursiones por parte de los independentistas chechenos, hasta llegar a la tragedia de Beslan, la toma de rehenes más mortífera que haya existido.

Chechenia quiere su independencia. Ingushetia quiere recuperar una parte de Osetia de la que sus habitantes fueron expulsados en tiempos de Stalin. Osetia del Norte apoya los deseos de unificación de Osetia del Sur que pertenece a Georgia.

A los problemas territoriales, se sobreponen conflictos raciales y religiosos. Y, como telón de fondo, el petróleo y el oleoducto cuyo control los rusos jamás aceptarán perder.

Dice la historia que los osetos, cristianos ortodoxos, les profesan un odio atávico a los musulmanes chechenos e ingushes y viceversa; que los conflictos interétnicos se remontan a los tiempos de las conquistas zaristas; que se envenenaron aún más con las particiones y unificaciones arbitrarias que Stalin realizó en toda Caucasia en la época de oro del totalitarismo soviético.

Nadie lo duda, pero la toma de rehenes de la semana pasada en la escuela de Beslan no iba dirigida particularmente contra la población osetia: ésta era sólo un medio para llegar a las autoridades rusas, como lo había sido el público del teatro de la Dubrovka, como lo fueron los pasajeros de los dos aviones que estallaron y los transeúntes que pasaban cerca de la entrada del metro en Moscú.

Inocentes niños para nosotros; medios de presión para los terroristas chechenios que, a estas alturas, ya deberían haber entendido que el Gobierno de Putin no negocia y punto. Que prefiere matar que ceder. Que manipula la información para que nadie se meta en sus asuntos. ¡No es que 350 rehenes valgan menos que mil 200, pero qué presión internacional hubiera habido si esta cifra se da a conocer desde el inicio del asalto! Que el Gobierno ruso, en la más pura tradición zarista y luego soviética, gobierna sin tener que rendir cuentas a su población y lo peor, ¡que a su población no se le ocurre pedírselas!

Hoy, muchos prefieren sacrificar la recién estrenada libertad a cambio de mayor seguridad; incluso varios añoran la dureza estaliniana.

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