La mujer que aprendió a decir que no

MEXICO, D.F., enero 7 (EL UNIVERSAL).- Desde muy temprana edad aprendió a decir no. Era un no quedito, que a veces no era escuchado, pero era constante. Empezó con cosas simples: No quiero vestirme de rosa, no me gustan los vestidos, no me gustan las muñecas, no me siento bien con las otras niñas, no me quiero acostar con mi novio sólo porque me lo pide, no me quiero embarazar por un descuido, no quiero salir con cualquiera, no me quiero casar con mi eterno novio de la adolescencia, no quiero estudiar lo que mi papá quiere, no quiero dejar de trabajar, no quiero seguir viviendo en casa de mis padres. Y así, la lista parecía infinita en el vocabulario de la chica del “no”.

Cuando fue creciendo, ser la mujer del “no” comenzó a generarle dificultades que no le resultaban muy lógicas. Los novios siempre se iban con alguna “menos complicada”, que no quisiera estudiar tanto, que sí quisiera casarse y tener hijos, que deseara acompañarlos a las reuniones con su familia, que tal vez bebiera un poco pero que jamás fumara mariguana, que no quisiera recorrer el mundo con una mochila.

Cuando uno de sus “no” más firmes era el ¡no me quiero casar!, conoció a un hombre mucho mayor que ella del cual se enamoró perdidamente. Comenzó a viajar con él y después, decidieron vivir juntos. Allí comenzaron en caída libre a dejarse vencer todos sus no. Su padre presionaba para que se casara, y cedió. Volvió a casa de sus padres sólo para darles de regalo en San Valentín: su acta de matrimonio e informarles que estaba embarazada.

Allí comenzaron otra vez los “no”. No quería quedarse con sus padres a que la “cuidaran” durante el embarazo; prefirió hacer maletas e irse con su marido a viajes por todo el país. El ginecólogo le decía que sólo podría viajar hasta los seis meses, pero ella siguió diciendo que no y se quedó en la Selva Lacandona hasta los ocho meses.

Pero en cuanto nació su hijo, la fuerza de los “no” se fue callando. Quería que el bebé se llamara Daniel, pero terminó llamándose igual que su padre y su abuelo. Ella quería volver al trabajo, pero se quedó tres años cuidándole en casa. Quería regresar a la ciudad de México, pero aceptó vivir en Cuernavaca, lejos de su familia y sus amigos. Quería vestir como una chica de 23 años, porque esa era su edad, pero comenzó a vestirse como su esposo consideraba apropiado.

Aquella chica que decía susno cada vez más bajito se convirtió en una mujer de sí, pero un sí que le oprimía el pecho y que sabía que tarde o...

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