Los mitos de un mito

AutorJuan Ascencio

Para hablar sobre el "mito", conviene establecer, de entrada, a qué le llamamos mito, y de qué hablamos si nos referimos al mito de Juan Rulfo.

En términos generales, la palabra mito se refiere a algo oculto, misterioso, un tabú, tal vez lo prohibido, a veces relacionado con religiones, grupos cerrados, personas iniciadas en conocimientos llamados herméticos.

Por extensión, mitómano es quien miente, alguien que inventa una realidad distinta de la verdadera. Puede decirse que, en el terreno del arte, todo creador es un mitómano, mira o imagina de manera muy personal lo que satisface a sus necesidades y, por medio de su arte, lo eleva a un nuevo, otro, nivel de realidad. Así, para acercarse a Rulfo, el lector de su obra participa de la creación rulfiana.

Pero en el caso de Rulfo, el mito no lo ha creado sólo él mismo en su literatura, sino que alrededor de su persona hay un buen número de peculiaridades que se le adjudican, tanto por quienes no lo conocieron suficientemente, como por personas que nunca lo trataron.

Las opiniones resultan contradictorias por necesidad. Lo contradictorio oscurece. En la oscuridad nace el misterio. Se genera el mito.

Pondré algunos ejemplos en obsequio a los lectores, a riesgo de desviar la atención sobre el "mito".

Rulfo tuvo amigos-enemigos. Y uno de ellos, a dos o tres meses de su muerte, dijo en un programa de televisión: "A Rulfo lo leen porque con su muerte está de moda. Dentro de 10 años ni quién se acuerde de él".

Han pasado casi 20 años. Y Rulfo ha crecido como escritor.

Si en vida era ya un clásico, o sea uno de esos autores que se leen en las escuelas y se explican en clase, hoy es calificado por algunos expertos como la cumbre de la literatura del siglo 20 en nuestra lengua. La sombra, que no oscuridad, que tal crítico pretendió echar sobre Rulfo se ha disipado, pero quizás algunos lectores decidieron no leer al autor efímero.

Otro de sus amigos que permanentemente le disputó méritos y procuró quitar a Rulfo sus empleos, dijo -cito de memoria- que había dado los palos de ciego más acertados en la literatura mexicana. Detrás del aparente elogio, hay la perversidad de comparar la obra de Rulfo con jícamas y tejocotes salidos de una piñata. Situación emparentada con el resoplar de un pollino que, de acuerdo con la fábula de Iriarte, tocó la flauta por casualidad. Si con esto no queda duda en el (posible) lector sobre la calidad de la obra, por lo menos se le induce a una apreciación inadecuada de un...

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