MIRÓN DE PALO / ¡Pásele, marchantita!

AutorPedro Lara y Malo

Sin pretender que esto sea una declaración para situarme entre los nostálgicos del siglo pasado, debo decir que, efectivamente, soy de los que aún crecieron visitando los mercados tradicionales de nuestra insigne ciudad.

Aún recuerdo los días en los que mi abuela organizaba sus expediciones punitivas a esos 'centros de abasto' en los que la gritería y el trajín de todo lo imaginable se daba a la vista de los marchantes, haciendo una selección variadísima de frutas, verduras, especias, flores, dulces y demás mercancías, y hasta regateando el precio según la calidad de los productos.

Mi abuela, que era una mujer corpulenta como un tanque Panzer, solía hacer esas expediciones acompañada de doña Lola, su mano derecha en las trincheras del hogar, y entre las dos eran capaces de hacer, manu militari, que verduleras, pescaderos y abarroteros levantaran las manos en señal de rendición, cumpliendo con sus altísimas exigencias de frescura y variedad, permitiéndome incluso escoger hasta los componentes primarios de la comida que se prepararía ese mismo día para el señorito de la casa, el más exigente de todos los mocosos, o séase yo mero.

Sin embargo, con el paso de los años y una atención centrada principalmente en los colores y los olores, descubrí que los mercados eran en sí mismos una enorme contradicción: por un lado exhibían productos de una frescura y un colorido inigualables, mientras que por el otro eran verdaderos focos de pestilencia, basura y plagas.

Los problemas de aquellos tiempos no es que hayan cambiado demasiado, pero a ellos se han sumado la falta de oferta laboral, el deterioro y obsolescencia de las instalaciones, así como un crecimiento desordenado tanto de las zonas habitacionales como de las comerciales.

Ahora, tras la publicación de la ya célebre Norma 29, su modesto cronista no deja de ver que...

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