MIRADOR

AutorArmando Fuentes Aguirre

Cada sábado, sin faltar ninguno, doña Gilda -se llama Hermenegilda- va muy temprano al cementerio de Ábrego y deposita dos ramilletes de flores campesinas en sendas tumbas lejanas una de otra.

Dicen que dice:

-Uno es para el hombre que me amó y al que yo nunca amé. El otro es para el hombre al que yo amé y que nunca me amó.

Doña Gilda no se casó jamás. La mitad de las mujeres del rancho dicen: "¡Pobrecita!". La otra mitad dice: "¡Qué buena suerte tuvo!".

Hace dos sábados me topé con ella en el camino. Le pregunté:

-¿De dónde viene...

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