MIRADOR

AutorArmando Fuentes Aguirre

San Virila, que sabía mucho porque había vivido mucho, dijo a los legos del convento que le daría una hermosa cruz a aquel que buscara mejor la santidad.

Hubo uno que comenzó a buscarla con devoción. Antes de la hora de maitines estaba ya de rodillas, con los brazos abiertos, pronunciando en voz alta el nombre del Altísimo. De día y de noche lo invocaba: hora tras hora oraba. Cuando el convento dormía se escuchaba en los corredores el restallante golpe de las disciplinas con que aquel lego flagelaba sus carnes por amor a Dios. En todos los oficios divinos estaba aquel hermano, que buscaba con ansiedad el rostro del Señor.

Un día lo llamó San Virila y le entregó un madero.

-¿Qué es esto, padre? -le preguntó el muchacho.

-Es tu cruz -respondió el santo con una sonrisa.

-Padre -dijo el muchacho-: ésta no es una cruz. No tiene brazos.

-Mira, hijo -habló Virila-. La cruz está...

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