La era del miedo

AutorGeney Beltrán Félix

En el más provechoso, y a veces en un limitado sentido, el adjetivo "testimonial" sería uno muy apto para la escritura de Héctor Manjarrez (México, 1945). Si bien ha entregado también tomos de lírica y ensayo, Manjarrez ha ido reuniendo sobre todo un corpus narrativo: ya tres libros de relatos, cuatro novelas, dos nouvelles y un diario.

En el inicio de su trayectoria, leemos a un narrador adolescentemente proclive a los malabares formales y la prodigalidad léxica antes que a la precisión prosística y la justeza estructural. Los personajes, de una vida interior dominada por los sentimientos, son un pretexto para la ilustración detallista de la era nueva: la década de los 60, la liberación de los cuerpos. En su primer libro, Acto propiciatorio (1970), las intuiciones de la sensibilidad de Gonzalo, protagonista del relato "Dulcinea", se ven relegadas por un devaneo, más de aprendiz aturdido que de suelto prestidigitador, por varios modos del narrar que no se consolidan en tanto posibilidad estructural acorde a su temática (devaneo sentimental que dé pie a devaneo técnico), ni dejan al personaje emerger como paradigma. En más de una página de No todos los hombres son románticos (1983) veo un desenvolvimiento parecido de redundancia técnica no supeditada a una lógica dramática siempre pertinente (citaría como ejemplo el relato titulado "Amor"). Es en Ya casi no tengo rostro (1993), uno de los mayores logros de su escritura, en el que la deriva testimonial de Manjarrez encuentra su molde sublimado, casi diríase de presteza alquímica: los ires y venires del nuevo "hombre sentimental" (mexicanos en el extranjero y en México, distintas edades del cuerpo y sus emociones) hallan una expresión maestra, condensada y tensa, que da pie a realidades internas de sofocante fuerza dramática ("Fin del mundo", sobre el purgatorio sin redención de la relación de pareja con el trasfondo de una playa en Nayarit, pertenece a la mejor cosecha del autor).

Ese Manjarrez maduro persiste en su tercera novela, El otro amor de su vida (1999), no sólo su libro más gozoso y de un humor de los más inteligentes de nuestra literatura, sino la obra que le permite afianzar la pertinencia de un narrador: esa voz en primeratercera persona, irónica y perspicaz, que retrata y discute el interior de sus personajes, sobre todo de la protagonista, paradigma de la mujer liberada de los 90: contradictoria, arrebatada, procaz. Ni Lapsus (1971), fallido experimento de quien mastica, pero...

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