En el metro

AutorJorge Vitón

Alicia camina, corre casi, hacia la estación de metro más cercana. Va pensando en veinte cosas y en ninguna; no puede ordenar sus pensamientos de tan nerviosa que está. La noche es fría y húmeda por esta época. Alicia se cierra la gruesa chaqueta de cuero para protegerse de la helada ventolera. Si su madre la viera tan desabrigada por la calle a estas horas, tan expuesta a la frialdad lunar, le diría cuatro cosas. Camina despacio. Trata de no pensar en nada. Esta es una buena hora para errar sola por las calles arrastrando las penas de la mano, que se rompan el cráneo contra el pavimento, tan duro que suene como granadas; sin mirones que la importunen, que piensen que está loca, o peor aún, que quieran hacerse los buenos y le pregunten qué le pasa, si necesita ayuda. Saca calmosa la mano del bolsillo cuando la ceniza del cigarro está ya para caérsele sobre la bufanda. Se palpa al vuelo el bolsillo derecho del pantalón para cerciorarse de que no olvidó la llave. Sería una catástrofe si no pudieran abrir la puerta. Por suerte su vieja no la ve tiritando de frío. Y quién sabe, si la viera ir tan feliz al encuentro de Manuel, que parece una loca mirando todo sin ver nada, cantando, sonriendo, casi corriendo, casi flotando, quizás no le haría ningún reproche. Acaso la miraría sin sermón, con una sonrisa en sus labios, con ojos brillosos de complicidad, y le diría que de joven ella también era muy alocada. Y empezaría de nuevo a contar la historia de cómo conoció a su padre cuando las manifestaciones estudiantiles. Esos que parecen amables son los peores; hipócritas de mierda, egoístas que de cuando en cuando hacen una pequeña caridad para pasar por generosos y sensibles. Así van por la vida, y a veces hasta mueren satisfechos sin darse cuenta de nada. Las calles están desiertas. Mejor no pensar en eso. Mañana irán de paseo, después de haber dormido hasta tarde y desayunado con calma. El viento se le mete por cada hendija de la ropa; no sabe si tiembla más de frío o de ansias. Va palpando el aire que le entra por la nariz y le hace notar, quemante, que todavía vive. Ya falta poco para llegar a la estación. Anda serena, con la pupila puesta en un horizonte que no importa alcanzar. Los últimos días no ha pensado nada - al menos así cree- y le parece bien. Le gusta tener la cabeza vacía de un tiempo acá. Todo es más llevadero con la mente en blanco. Ya se ve la entrada del metro. Si el tren no tuvo retraso Manuel debe llegar en el próximo metro. A...

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