Mensajeros de la muerte

Hace varios meses mi esposo sufrió un problema cerebral y fue internado de urgencias en una clínica del Seguro Social.

La estancia en este lugar fue un calvario, pues no podía alejarme mucho tiempo de él debido a las complicaciones del padecimiento.

Estábamos en el piso 20 en el área de medicina especial, junto a seis personas más en estado crítico.

Desgraciadamente los médicos me daban un mal pronóstico para él, pero yo no lo abandonaría por ningún motivo y lucharía a su lado hasta que Dios nos diera su veredicto final.

En ocasiones estaba mejor, hasta podía hablar algunas palabras, casi susurrando, pero lográbamos comunicarnos.

A veces veía hacia el techo, como si observara que algo volaba de un lado a otro y luego me comentaba: "alguien de allá se va a morir (señalando hacia las habitaciones contiguas)".

Y en efecto, unos minutos después se escuchaban los gritos y lamentos de los familiares que apuraban a los médicos y enfermeras, pero ya nada se podía hacer.

Eso me dejó preocupada, sin embargo, yo pensaba que aquello era una mala jugada de su mente.

Cierta noche lo sentí inquieto en la cama, luego se quedó mirando muy asustado al vacío y dijo: "¡Son feos, sus ojos...sus ojos!" - e inmediatamente se metió bajo las sábanas cubriéndose hasta la cabeza.

Luego entendí que esos seres terribles y oscuros que veía de repente, eran verdaderamente como ángeles de la muerte, pero sólo él los podía ver.

En otra ocasión miraba fijamente la ventana y vi en su rostro, la misma expresión de terror: "Ahí vienen, no sé si por ti o por mí".

Entonces un fuerte golpe se escuchó en el vidrio... ¡pero por fuera y en el piso 20 era imposible! inmediatamente me puse a orar.

Yo sentía claramente que algo malo estaba del otro lado del cristal rondándonos, pero como que no podía cruzar ese umbral gracias a Dios, y después de un rato desapareció.

Una madrugada mi esposo se despertó y, mirando hacia la puerta de la habitación, dijo: "¡Mira, ya vienen por él!".

¿Quién? -pregunté angustiada, mientras volteaba hacia la puerta.

Ahí no hay...

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