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La Menor Importancia / Tomar las calles

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Vincent
AutorJosé Israel Carranza

Recuperar la ciudad, evidentemente, supone que la hemos perdido: que hace falta buscarla, primero, y al dar con ella (si tal cosa sucede) ganar su perdón, resarcir los daños, reparar las afrentas, ganar su voluntad con la nuestra de no incurrir en los errores y las maldades que la hicieron alejarse de nosotros y huir de nuestras tropelías. Recuperar esta Ciudad, no será cosa fácil (si llegamos a proponérnoslo, si queremos creer en que tal cometido no es del todo fantasioso y necio): además de su clemencia hemos de conseguir, también, arrebatarla de las manos que se han ensañado envileciendo su destino: manos que, evidentemente también, son las nuestras.

Lo que ocurrió el domingo pasado en varios kilómetros de asfalto (y quien esto escribe sólo puede dar fe del tramo que recorrió de la Avenida Vallarta: de López Mateos a Chapultepec, ida y vuelta) tuvo mucho de frágil sueño, pero sueño al fin: primero que nada, lo notable de ese día fue la intensificación del silencio -o su mera aparición: la inverosímil ausencia del ruido tenía el sorprendente carácter de un fenómeno meteorológico inesperado: una suave tormenta de quietud que cayó durante cuatro horas por el territorio natural del rugido y el estruendo. Ese silencio no lo estropeó ni siquiera la señora cretina que se empeñó en meter su coche en esa zona a pesar de las vallas, los agentes de tránsito y los chiflidos de varios peatones. (Venía por Unión, la señora detestable, como a las 11:20 horas -por favor, que esté leyendo esto y se reconozca, que sepa que fue ella-, y se empeñó en dar la vuelta en Vallarta: manoteaba y mascullaba, y seguro hizo un gran coraje, pero apenas unos metros más adelante tuvo que meter reversa). El sosiego que se dejó caminar la mañana del domingo, hay que reconocerlo, fue una felicidad. Pero está por verse, tan pronto como pasado mañana, o como los domingos que sigan y que dure en práctica esta idea, si esa felicidad no será en efecto apenas la...

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