LA MENOR IMPORTANCIA / Teclazos

AutorJosé Israel Carranza

En la computadora tengo instalado un programita, inventado por algún bendito ocioso, que recrea el sonido de una máquina de escribir mientras voy tecleando: algo como chac, chac, chac para cada letra, tuc para la barra espaciadora y ting-prshhhh-chac para la tecla de retroceso (lo que equivaldría al arrastre en reversa del carro en que viajaba el rodillo con la hoja de papel, cuando se llegaba al final de un renglón -para eso la campanita, para avisar que ya no quedaba espacio- y había que accionar la palanca que liberaba dicho rodillo para que girara, al tiempo que iba recorriéndose de izquierda a derecha, y se pudiera pasar al renglón siguiente).

Hace ya tiempo que me encontré ese programita en algún rincón de Internet, lo descargué y comencé a usarlo: también por pura ociosidad, aunque de inmediato se activó con él un deleite irresistible, que me ha vuelto imprescindible el tableteo que acompaña los movimientos de mis dedos y la aparición de las letras en la pantalla, cualquier cosa que esté escribiendo -este artículo, por ejemplo, que surge de ese fondo sincopado y que gracias a él parece ir ganando una consistencia y una "definitividad" de las que yo no estaría tan seguro si las palabras fueran formándose en silencio, como se espera que las haga normalmente una computadora.

En días pasados circuló, sin demasiado relieve, la noticia de que en Bombay cerraba la que sería la última fábrica de máquinas de escribir que quedaba en el mundo. (En realidad, esta compañía cesó la producción en el 2009, y la semana pasada lo que se anunció fue que les quedaban apenas 200 unidades: 20...

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