La menor importancia / ¿Odio?

AutorJosé Israel Carranza

Es posible que, desde Victoriano Huerta, ningún mandatario haya logrado lo que el actual: un sentimiento tan generalizado de malestar, en este caso derivado de la vergüenza que nos hizo pasar al recibir tan servilmente y no callarle el hocico a su homólogo de peinado. Pero no fue sólo la revoltura de estómago nacional: fue, también, la indignación por haber experimentado semejante vergüenza. Desde que estaba en campaña, Peña Nieto se ha esmerado en granjearse la sorna y el menosprecio: ahora ha parecido conseguir la medalla de odio.

Aunque eso es sólo lo que parece. Está visto que ni la más honda indignación (pensemos en Ayotzinapa) ni el dolor más inconcebible (los niños quemados de la guardería ABC) ni el absoluto terror (la enorme fosa común que es el territorio nacional) han bastado para un cambio radical de las condiciones en que nos empeñamos en seguir siendo un País. El odio recabado por el penúltimo desfiguro presidencial -penúltimo: a ver con qué nos sale mañana- tampoco es que pudiera servir de mucho, porque en realidad no es tal. ¿En qué se distingue del que podría suscitar el director técnico de la Selección Nacional al perder por goliza? ¿O del que atrajo sobre sí el columnista que insultó a Juanga cuando todavía no se enfriaban sus cenizas? ¿O del que despierta...

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