La Menor Importancia / Nublazón

AutorJosé Israel Carranza

Hasta parece broma. El temporal de lluvias se declara, la Ciudad se desquicia. El error histórico, claro, es que Guadalajara haya decidido quedarse donde a las nubes tanto les gusta descargar, y con tanta violencia. Solución: levantar la maqueta y llevarla para otro lado, a algún páramo árido donde, si acaso, muy de vez en cuando alguna llovizna inofensiva, un chipi-chipi, apenas alguna brisita ligera, humedezca y refresque un poco pero sin hacer desastres: alzar la Ciudad por los aires y trasladarla -cómo: quién sabe: para eso hay ingenieros-, quizás a otro planeta, o al menos a algún vasto valle de Australia, donde el agua no se empecine en inundar calles, el viento no derribe árboles, las tormentas no desconecten a manotazos las redes de electricidad... Una nueva ubicación que, en suma, nos tenga a salvo del amplísimo espectro de las desgracias que año con año nos asedian y nos afligen por la necedad de seguir aquí. ¿Por qué nos aferramos a padecer este destino aciago? Uno está viendo la tele y en una esquina de la ventana, al caer la tarde, alcanza a distinguirse una grisura remota en el cielo. Poco después empieza a soplar un vientecito malévolo, y de pronto, ¡zas!, todo es tinieblas y desolación. Ni siquiera hace falta que caigan las primeras gotas para que la emergencia esté en su apogeo: ya estarán atorándose miles y miles de automovilistas en los súper pasos a desnivel por todos lados y en cualquier avenida -en Guadalajara los semáforos se iluminan con velas: sopla tantito aire y se apagan-, ya estará subiendo el nivel de los lagos instantáneos que...

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