LA MENOR IMPORTANCIA / Honores

AutorJosé Israel Carranza

Los prefectos de la secundaria, imagino que avalados y hasta alentados por el director (o más bien por el subdirector, ahora que lo pienso: no sólo era más bravo, sino, además, rencoroso y pendenciero), rondaban con celo las filas de alumnos formados en cuadro alrededor del patio principal, con tal de pillar in fraganti al payaso, al platicón, al guandajo que no hiciera bien el saludo o, sencillamente, al pájaro de cuenta que ya traían entre ojos y que, a su juicio, merecía escarmiento. No fallaba: siempre conseguían arrastrar al menos a dos o tres para hacerlos ir junto al asta, donde debían permanecer expuestos ante la inevitable burla de la escuela completa. Quizás la sanción venía acompañada de una de las dos penalidades más temidas en esos días ingenuos: un reporte, o peor, un citatorio (con tres reportes, creo, se ganaba uno un citatorio, a los padres, se entiende); en todo caso, la vergüenza estaba garantizada... salvo para los más audaces o más cínicos, que podían estar orgullosos de ir acumulando esas distinciones.

Así, el componente emocional de las ceremonias de honores a la Bandera era, fundamentalmente, el miedo a la reprensión y al oprobio. Como otras tradiciones nacionales alentadas por la educación básica, la de manifestar veneración y fidelidad a la enseña patria estaba desprovista de explicaciones, pues (supongo) se daba por hecho (y supongo que se da todavía) que todo mexicano las...

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