La menor importancia / 280

AutorJosé Israel Carranza

Desde que le leí al cascarrabias de Javier Marías lo que piensa de Twitter (lo he citado aquí alguna vez), cada que me asomo a ese medio lo corroboro: es como una cantina a oscuras y ruidosa en las que te metes sólo para que algún desconocido te aseste un sillazo en la espalda. No sólo lo corroboro: también me sorprendo por el hecho de seguir entrando. Hay razones, desde luego: para mí, la principal es que ahí puedo enterarme casi inmediatamente de noticias que otros medios tardan en replicar. También cuenta, desde luego, la posibilidad de entretenerse con destellos de ingenio, datos sorprendentes, alguna vez ciertas informaciones útiles. Pero todo esto depende de la «curaduría» (para decirlo con un término muy mamuco) que uno haga de su propia experiencia: la elección cuidadosa de aquellas cuentas que conviene seguir, el esmero que ha de ponerse en eludir las que son basura. Ahora bien: de participar activamente lanzando al mundo los propios pareceres o lo que uno tenga la ilusoria urgencia de comunicar por esa vía, hay que atenerse a las consecuencias: nunca faltará el consabido sillazo en el lomo.

Ahora se puede tuitear el doble de caracteres. Las razones aducidas por Twitter para tomar esta medida llaman la atención porque entrañan una paradoja: si hemos de creerlas, se trató de...

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