De Memoria / La ciega, rara avis

AutorSealtiel Alatriste

22 de Mayo de 2004: El Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón y Grecia, se casa con Letizia Ortiz Rocasolano en la Catedral de la Almudena de Madrid.

"Ésa es la Ciega", dijo Pilar. Estábamos viendo en la televisión de su casa la llegada de los invitados a la cena que los príncipes de Asturias -el actual príncipe y la entonces futura princesa- daban a las familias reales invitadas, al día siguiente, a su boda.

Me sorprendió la familiaridad, pero sobre todo la crueldad escondida en el comentario con que Pilar se había referido a esa mujer. "¿Quién es la Ciega?", pregunté. "Esa gorda que está saludando al Rey. Es Margarita, Duquesa de Soria", me dijo sin hacer un solo gesto, sin inmutarse pues. Muy infanta de Borbón, muy rica, me dije, pero también muy invidente la pobrecita.

La mencionada invidente, por su parte, se movía con bastante soltura, saludaba de lo más sonriente a todos, y hasta les hacía comentarios que podrían haber sido desconcertantes. "A lo mejor los conoce de oído", me dije, "y les adivina la forma en que van vestidos". Me quedé fascinado con ella, no sé por qué exactamente, pero me encantó que no viera nada y que todo se lo imaginara. Sospeché que tenía un lacayo o lacaya que le iba diciendo muy quedito cómo iba vestido cada quién, qué gestos hacían, si reían o no, en fin, todos los detalles importantes del banquete, los únicos detalles que se debían comentar en un evento como aquél.

Pónganse ustedes a pensar, entre chismorrear sobre el vestido de Rania de Jordania, o el de Mette-Marit de Noruega, a escuchar la amena plática de cualquiera de las dos, ¿qué preferirían? Pues igual ella. Se los digo sin que me tiemble la voz: la infanta Margarita, Duquesa de Soria, hermana del Rey don Juan Carlos, alias La Ciega, era una rara avis en aquel avispero de personajes de la realeza europea.

Me quedé observando el rostro que en ese momento apareció en la pantalla de televisión, donde era evidente la ausencia de brillo en la mirada (o en la ausencia de mirada), y me pregunté por el turbio procedimiento que esa mujer debe haber inventado para entrarle al chisme.

Al día siguiente, en la Catedral de la Almudena, para evitar el desplazamiento de los invitados de un lado para otro se habían colocado televisiones en varias columnas con el objeto de que los invitados pudiéramos seguir la llegada de las grandes personalidades. Los del populacho estábamos en nuestros asientos desde las nueve, y nos manteníamos atentísimos a los monitores.

Varias...

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