Memento mori

AutorJeannette L. Clariond

Anoche soñé a mi hermana. Fallecida hace dos años, me despertó en el sueño. Recostada bajo el agua de una bañera, su cuerpo en reposo. De pronto se incorporó y me miró fijamente. Agitada, revisé las manecillas rojas del despertador: 2:30 am.

Comencé a trabajar para olvidar el sueño. Su rostro joven salido del agua había vuelto a nacer. No se muere del todo, aprendí este 2020. Al ver el rostro de mis muertos en las frondas de los árboles, los recuperé.

Quiero también aplicarme en dejar de decir disparates (del latín disparatus, part. pas. de disparare, separar). Mantener como regla no decir nada que no me conste. A no estar sola sino a entrar en el silencio de mi silencio. Así, ver asomar el rostro de mis amados muertos. Entendí cuán poco sé sobre demasiados temas. Intentar ponerme al día sería un absurdo insostenible, que la humildad provee de una visión más clara de los sucesos, atenderlos con serenidad.

El 2020 tiene dos significativos ceros. El primero es la Nada. Nada nos pertenece, salvo la idea de la muerte. Es ésta y no la vida la que determina el modo en que vislumbramos el propio proyecto.

La cercanía con la muerte es principio esencial de realidad. Ésta me exigió revisar mis libros en proceso y a definir qué puede publicarse a mi muerte y qué no. Retrabajé aquello que creía terminado; regresé a algunas traducciones. Me abrí a la incredulidad, no como desconfianza sino por lo que dice Santo Tomás...

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