¿Será mejor el tricentenario?

AutorRafael Tovar y de Teresa

El año 2010 fue un escenario inmejorable para reflexionar sobre el significado de las dos fechas fundacionales de México. Fue, al mismo tiempo, una oportunidad para establecer un gran diálogo nacional e internacional. Fue la oportunidad para tratar de comprender la historia que de muchas maneras explica el presente convulso en el que transcurre la vida diaria de los millones de mexicanos que somos.

Hasta este año del 2010 han existido 65 jefes de Estado en México, desde la independencia hasta nuestros días, y sólo dos han tenido el privilegio de conmemorarla, y sólo uno en 27 en el caso de la revolución. Era la oportunidad de convocar a la patria alrededor de su propia vida e identidad. Fue una oportunidad porque nos permitía dirigir la mirada hacia atrás, es decir, a la historia, para adelante visualizando el futuro, al centro en nuestro presente, hacia fuera para entender a México en el mundo y hacia adentro para vernos y reconocernos.

Es común escuchar que México vive anclado a su pasado, que parecería estar de espaldas al futuro, razón que le impide superar tabúes y paradigmas para ver y dirigirse hacia adelante en la solución de sus rezagos y problemas estructurales. Paradójicamente, en este año apareció la oportunidad de partir de la historia para hacer un "corte de caja" de nuestro pasado que nos permitiera preguntarnos quiénes hemos sido, qué somos, qué representamos y qué queremos ser quienes habitamos el extenso y profundo universo mexicano.

Sin embargo, esas respuestas han quedado pendientes o inconclusas porque el tema, más allá del aspecto festivo que tuvo, no logró inducir o permear verdaderas discusiones y promover reflexiones colectivas o verdaderos logros de beneficio social. La expectativa que provocaron hace unos años la palabra y el concepto del Bicentenario fue muy grande y apenas se logró esbozar, y los resultados no son fáciles de identificar.

Es importante subrayar que las fechas simbólicas han sido referentes en todas las épocas y para todo tipo de gobiernos más que simples efemérides. Valdría la pena recordar algunas recientes. En 1976, por ejemplo, con el Bicentenario de Estados Unidos, Francia en 1989 y el de España, que en 1992 plantearon o consolidaron objetivos nacionales en un eficiente trabajo político.

Faltó plantear la celebración más como una convocatoria nacional que de un gobierno. Faltó dar continuidad a la convocatoria inicial a los estados de la Federación más allá del color político, en un México actual, convulso y violento, que necesita unidad.

En un momento los gobiernos de las entidades federativas respondieron positivamente y de inmediato. Estuvieron dispuestos a participar, al igual que las universidades y los más diversos sectores sociales: artistas, intelectuales, académicos, los empresarios, instituciones públicas y miles de particulares que empezaron a formular propuestas de toda índole. Pero todo se fue diluyendo en la indefinición de manos burocráticas e improvisadas.

Poco a poco nos fuimos acercando a un festejo luminoso y de exuberancia instantánea pero solitario de materializaciones de...

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