Marketer / Era del marketing

AutorHoracio Marchand

El colmo del marketing es que tiene un problema de posicionamiento. La gente lo relaciona inmediatamente a publicidad o a investigación de mercados, y el mercadólogo estereotipado es un creativo que viste de negro, que sólo está pensando en hacer publicidad y gastar dinero.

Marketing es complicado y es sencillo; es un arte y también es una ciencia, pero antes que todo es una propensión humana y un oficio.

Comienza con el trueque entre tribus y se fortalece tan pronto la agricultura permite el asentamiento comunitario. El comercio hace vibrar las calles de Mesopotamia, Babilonia y Egipto, donde los vendedores gritan promoviendo sus productos y los establecimientos colocan pintorescos letreros anunciando las promociones del día. Los fenicios son los primeros encargados de recorrer el mundo en una misión permanentemente comercial.

El marketing se trae en la sangre del mercader; es una actitud y una propensión hacia la transacción. Típicamente son los extrovertidos los que cómodamente le entran a la retórica comercial y resaltan los beneficios de sus productos o servicios de manera constante.

Aunque requiere de ajustes profundos, sigue siendo válida la tesis de que el comercio mundial nos llevará a integrarnos como especie y amainará nuestra naturaleza bélica. Adicionalmente, el buen comercio demanda apertura y esto es fundamental en la generación de riqueza.

El imperio que se analice, desde Egipto, Persia, China, Roma, Holanda, hasta la Gran Bretaña, centró al comercio entre naciones como prioritario, al igual que el flujo de ideas y de talento; de donde vinieran. Fue en Atenas que, gracias al comercio de los productos de los olivos, se dio la riqueza necesaria para facilitar la cultura de pensadores y de inconformes que finalmente conformaría el génesis de nuestra herencia grecorromana.

Así como la apertura comercial, la integración y el sincretismo construyen un imperio, de la misma forma cuando el sistema se cierra, se fanatiza y se discrimina, acaba por destruirse. Esta frase aplica tanto a organizaciones como a personas. La apertura, lo heterogéneo, lo multidimensional, incluso lo politeísta, son semillas fértiles para que florezca la innovación.

España, la gran potencia de su tiempo, ya en boga desde antes de que se disparara el flujo de riquezas del Nuevo Mundo, expulsó a los impropios, quemó a los "infieles" y "brujas", así como textos "prohibidos". La caída del imperio se cristalizó con la derrota de Felipe II y su Armada Invencible.

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