Mario Anteo / Rancio estigma

AutorMario Anteo

Cierto gringo avecindado en México no entendía el uso de las expresiones de respeto y cortesía de la conversación latina. Lo desconcertaba, por ejemplo, la airada reacción de una señorita a la que por error llamó señora.

Le confesé que, para colmo, la solución no era denominar "señoritas" a las féminas en general, pues hay señoras gomosas, consortes vitalicias de prósperos hombres, que ponen cara de fuchi cuando las llaman "señoritas". Total, le dije, hay que ser medio adivino.

Creía yo que, con su neutralidad, el término "seño" arreglaría el problema, pues evita el álgido, tremendo asunto sexual que implica la palabra "señora". Pero en el bar nunca me atendió la mesera solicitada desde mi silla con un cortés "seño".

A propósito, ¿cómo llamar al mesero? ¿"Joven" aunque sea un anciano? "Eh, mesero, sírvame un tequila" suena brutal y grosero, lo mismo que "sirvienta" al referirnos a "la muchacha que nos ayuda". ¡Hay quien cree escurrir el bulto pidiendo a chiflidos sus copas!

La viuda ilustre exige el épico letrero "Doña Floripondia Rubalcaba Viuda de Antúnez", como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Por su parte, traumado por un ninguneo que padeció en su adolescencia de estrecheces y despechos, el licenciado exige que le digamos licenciado.

El doctor auténtico denuncia a los médicos que monopolizaron el término "doctor", y no bien María Garza Pérez casa con un gringo y ya exige que la llamemos señora Smith. El maestro pomposo amenaza con un cinco al trabajo cuya portada no exhiba un "Licenciado Fulano de Tal".

Bien se ajusta aquí la máxima "dime de qué presumes y te diré de qué careces". Espanta que necesitemos estos colguijes verbales para sentirnos respetados, prósperos, atractivos. Seguramente tanta pedantería la explique nuestro célebre complejo de inferioridad.

Hace años trabajaba yo para la Hora Nacional, y era un engorro tener que decir "Señor Gobernador Don Gabilondo Zurriagada de la Torrentera" cada vez que mi texto de dos minutos mencionaba al gober. ¿Imagina el lector el espacio y tiempo devorados por cinco menciones del señor?

No valieron las protestas del equipo de escritores. El productor, construido a la vieja usanza priista, consideraba un insulto a la patria llamar Gobernador al Gobernador. No recapacitó ni cuando le recordé el libro del ex Presidente López Portillo, "Llámenme Pepe", que emulaba el estilo gringo del mandatario interpelado con un simple Billy o John.

¡Cuán deslumbrantes los oropeles y las fachadas...

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