María Guadalupe Morfín Otero/ Dos adioses

AutorMaría Guadalupe Morfín Otero

Uno

Me cae bien el Papa, admiro su energía de viajero, su capacidad de perdonar a quien lo agredió, y también la de pedir perdón en nombre de la Iglesia por los horrores de los que ésta fue cómplice activa o silenciosa: las Cruzadas, la trata de esclavos, la nada santa Inquisición, el Holocausto. Pero ¿qué quieren? extraño las formas de los tiempos de la separación Iglesia-Estado o Iglesias-Estado en México.

En la política es posible ser excelente servidor del reino de justicia y paz que Jesucristo predicó, desde un testimonio personal que implicará sobre todo coherencia con el mensaje evangélico. En la arena pública de un Estado laico, el principio de representación debe ser correctamente interpretado: se gobierna para todos; se deben respetar los territorios donde la gracia de ser cristiano no otorga mayor poder, sino mayor compromiso de amar y servir, y aprecio por los que no comulgan con esa fe.

La fe no da el derecho de imponer devociones por criterios de mayoría; se abre al insondable misterio de los otros que son otros y ante cuya conciencia el mismo Dios -eso creemos los que en él creemos- se detiene sin invadir. "Mira que estoy a la puerta y llamo..." No es poca cosa ese gesto de delicadeza.

Para aquilatar el conquistado laicismo del Estado mexicano, sólo nos basta rememorar las divisiones que como sociedad hemos debido remontar desde la Reforma y La Cristiada. El laicismo, es cierto, tampoco se daña de gravedad con un beso presidencial en la mano de un jerarca anciano que despierta ternura, siempre y cuando haya sido fruto de una espontaneidad conmovida (hubiera sido mejor en privado), pero sí se lastima con el cúmulo de signos emitidos por políticos de distintos partidos en la reciente visita papal.

El político católico de espíritu demócrata comprende que los espacios públicos se rigen por un derecho compartido por todos: ateos, agnósticos, judíos, protestantes, sufis, etcétera. Ya tendrá en la vida pública la ocasión de ser virtuoso. Por ejemplo, no sólo no se prestará a corruptelas en las prisiones sino que procurará la dignidad de los que viven en ellas siguiendo la máxima de "estuve preso y me visitaste". Evitará los abusos sexuales contra los niños, sobre todo si viene de quienes, con investidura religiosa, han sido verdadera piedra de escándalo, y a los que más les valdría tirarse al agua con una piedra de molino en el pescuezo, según el evangelio.

No cultivará la adoración de estatuas, sino que intentará seguir el sermón...

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