Manuel J. Jáuregui/ 'Déjà vu'... otra vez

AutorManuel J. Jáuregui

Erase una vez que se era que, en el milagroso país llamado México, había un Presidente locuaz, viajero, ocurrente, que todo el día traía el micrófono en la mano, pero que, cuando frustrado, le daba por agredir con epítetos a sus gobernados cuando osaban discrepar con él.

Así, a los empresarios que se oponían a la estatización y al papel protagónico del Estado en la economía y los riesgos para el país de este rol invertido, los llamaba "explotadores", "opresores de la clase obrera", y así por el estilo. Si se enconaba más, se refería a ellos como "fascistas" (su mote favorito), que también aplicaba a los intelectuales que no podía comprar y criticaban su estilo demagógico y de enfrentamiento de clases.

Cualquier señalamiento adverso respecto a las políticas de su Gobierno era denostado con algún epíteto dirigido a la persona que lo manifestaba.

A quien osaba preocuparse por el rumbo que estaba tomando nuestra economía lo consideraba "oscurantista" o "retrógrado". Los medios de información que simplemente consignábamos sus desaciertos éramos "amarillistas", "agentes de intereses oscuros", "adoradores de Maximiliano", "profetas del desastre"...

Lectores maduros reconocerán de inmediato que nos referimos al Presidente Luis Echeverría, artífice de uno de los sexenios económicamente más desastrosos que ha conocido México. Y lo fue porque, entre otras cosas, Echeverría promovió el enfrentamiento y el divisionismo.

Se enfrentó contra grandes sectores de la sociedad inconformes con sus teorías socialistas, enfrentó a los empresarios contra los obreros, a las facciones moderadas del PRI contra las radicales, a sus colaboradores entre sí, a los agricultores contra los ejidatarios, a los estudiantes contra la sociedad, a México contra los judíos, a su Gobierno contra el de Estados Unidos, a las izquierdas contra las derechas, a los que tenían contra los que no tenían; fueron aciagos días de conflicto tras conflicto que, por ser el nuestro un país con una población muy joven, grandes masas ni los vivieron ni los recuerdan ahora.

No obstante, esa experiencia nos ha dejado a muchos mexicanos importantes lecciones cívicas. Entre otras la de que un Presidente debe ser sereno, ecuánime, saber escuchar y estar por encima de todo.

Una de las características nocivas de ese estilo de gobernar que describimos, demagogia aparte, era la de que el Presidente, abandonando la seriedad de su investidura, fustigaba personalmente a sus críticos desde el púlpito...

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