Maciel en el infierno

AutorAndrés de Luna

"¡Que Dios ilumine a Maciel!" fue la petición plena de fervor que lanzara el presbítero Francisco Becerra, ante el fallecimiento del cura pederasta Marcial Maciel. El hecho ronda, una vez más, ese gusto por encubrir lo que está a la vista y que debe repudiarse con energía, en lugar de otorgar bendiciones a semejante delincuente. En otras homilías podría celebrarse la existencia de El Chapo Guzmán o de los Arellano Félix o del Caníbal de la Guerrero. Con sacerdotes como Francisco Becerra la Iglesia Católica rueda cuesta abajo.

Marcial Maciel, si existe algo más allá de la vida, estará agobiado por el insomnio de la culpa. Hombre cínico hasta el agravio, el cura fundador de los Legionarios de Cristo hizo de su existencia un reino de inmundicia. Violentó infantes a través del abuso sexual que practicó hasta que la vejez se lo impidió. Sus amigos tuvieron esa rara fidelidad que bien podría llamarse espíritu cómplice. Ejerció el derecho de picaporte con Juan Pablo II, quien lo defendió sin tregua. Ratzinger, ahora investido Papa como Benedicto XVI, personaje rudo de la Iglesia Católica, se portó con blandura extrema al prohibirle oficiar misa a un Maciel envejecido, que disfrutaba de los placeres de una Roma principesca y digna de la época de los Borgia. El sinvergüenza eclesiástico era la representación misma del cura consentido, que conservó los dones del poder y las glorias de una lubricidad repugnante.

El infierno, esa zona de castigo eterno que tanto le debe a Dante, sería el territorio ideal para acoger un alma putrefacta. Maciel, que...

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