Luisa Valenzuela/ Inasible mal

AutorLuisa Valenzuela

Estuve en Nueva York el sábado 6 de octubre, un día antes de que se iniciara el bombardeo contra Afganistán. El mundo entero tiene hoy la sensación de qué supieron experimentar los neoyorquinos con la caída de la Torres Gemelas: que la vida nunca más volverá a ser la de antes.

Gran parte del material que acumulé durante los 10 días que estuve en Nueva York ya está obsoleta. Las medidas de seguridad, entonces, parecían de juguete, a las 10 de la mañana los altavoces de Penn Station proclamaban que no se podía abordar un tren sin documentos de identidad, a las once ya nadie los pedía. En el aeropuerto Kennedy el viernes por la noche, la única medida consistió en prohibir el porte de objetos metálicos en los equipajes de mano, limas de uñas, por ejemplo.

Dejé atrás una ciudad amenazada donde curiosamente no se percibía miedo, sólo una enorme tristeza, a pesar de que los expertos constantemente machacaban sobre el peligro imparable de una posible guerra química o bacteriológica. Nadie dudaba que los expertos iban preparando el terreno para el ataque a Afganistán que día a día se iba haciendo más inminente. Pero pocos podían aceptar el encadenamiento de la represalia por la represalia de la represalia.

Ahora que Bin Laden acusa a los Estados Unidos de terroristas repito palabras escuchadas en Nueva York en más de una oportunidad: George W. Bush y Osama bin Laden son las dos caras de una misma moneda.

Resulta demasiado simple pensar en un solo culpable al que hay que eliminar, cuando ya se estaba hablando de la jihad islámica de Egipto, un movimiento fundamentalista intelectualmente mucho más sofisticado. Bin Laden vendría a ser el equivalente maléfico del Fondo Nacional de las Artes, es decir un Fondo Internacional del Terrorismo que apoya y financia los proyectos que le resultan viables, comentó el cineasta Leandro Katz con sorna y también con espanto.

Por mi parte, preferiría el inmediato financiamiento de un proyecto lateral ideado por un hijo de argentinos, Gustavo Bonevardi, junto con otros tres jóvenes arquitectos norteamericanos. "No pretende ser una monumento conmemorativo ni perdurable", dijo, "sólo dos altísimas torres de luz blanca para mostrar que la energía de Nueva York sigue viva". La idea sería que las impalpables torres de la noche se repliquen por el mundo y puedan brillas así las 24 horas, iluminando la necesidad de paz.

Mientras, CNN encendida, tenemos en casa la guerra en tiempo real.

Susan Sontag estaba en Berlín cuando vio...

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