Luis Rubio / Arbitrariedad e impunidad

AutorLuis Rubio

La vida cotidiana de los mexicanos intersecta con un sinnúmero de proveedores de bienes y servicios, y de entidades gubernamentales; muy pocos de los cuales ven al ciudadano y consumidor, respectivamente, como su razón de ser.

Persiste y perdura una visión patrimonialista donde el ciudadano es súbdito y el consumidor cautivo, ambos propiedad de quienes deberían ser proveedores de servicios competitivos.

En lugar de anticipar futura competencia y concebir al consumidor como informado y responsable, apuestan por la continuidad. Se parecen a Orwell cuando, hablando del lenguaje, afirmó que: "El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades y que el asesinato parezca respetable...".

El País lleva décadas sumido en la mediocridad, que se refleja en la tasa de crecimiento de la economía. Por más intentos que haga la autoridad, la evidencia es contundente: la economía mexicana funciona en la medida en que opera el motor que representan las exportaciones y las remesas; es decir, vivimos de la economía estadounidense. Los motores internos no funcionan por la misma razón que no han funcionado desde 1970: porque el problema no se ha atendido.

El problema de fondo es político, pues la concentración del poder propicia el abuso que se comete contra el ciudadano y consumidor, lo que inexorablemente genera la desconfianza que inhibe la inversión y el ahorro. A nadie debería sorprender el resultado.

Algunos ejemplos alusivos:

El Gobierno de la Ciudad de México está de plácemes por haber desaparecido al Distrito Federal porque ahora podrá servir, ya sin empacho, a sus grupos de interés.

El proceso constituyente es sólo de insiders; el reglamento de tránsito está diseñado para imponer una disciplina por medio de la arbitrariedad: su lógica parece ser más la de recaudar que la de crear un espacio de convivencia civilizada. En lugar de procurar el favor ciudadano para su candidatura, el Jefe del Gobierno experimenta el colapso de su popularidad. Perfectamente predecible.

El Estado de derecho es inconcebible sin orden y disciplina, pero la pregunta es por dónde comenzar. Miguel Ángel Mancera comenzó por la imposición de multas al por mayor, muchas de ellas de carácter discrecional, con todo el abuso a lo que eso se presta; Arne aus den Ruthen, en la Delegación Miguel Hidalgo, optó por la vía de la confrontación.

El orden es necesario; la pregunta es si la arbitrariedad es un modelo de civilización...

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