Luis Eduardo Villarreal Ríos/ ¿Quién es más de temer?

AutorLuis Eduardo Villarreal Ríos

Parece increíble que existan personas capaces de infligir sufrimiento físico o mental a otros en forma deliberada. Los tratos crueles e inhumanos, por desgracia, no son cosa del pasado, sino que prevalecen ahora en una gran variedad de sistemas y tipos.

La tortura antes era utilizada como pena por un delito o con fines de investigación judicial. Pero hoy, lejos de desaparecer, sigue vigente en cuanto método utilizado por los gobiernos para conseguir informaciones, para castigar a los disidentes o, simplemente, para infundir miedo a la población a fin de disuadirla de rebelarse contra el poder establecido.

Un dato revelador es que, a mediados del Siglo 13, el Papa Inocencio IV, bajo el influjo del derecho romano, autorizó la práctica de la tortura para extraer la verdad de los sospechosos. A los acusados se les obligaba bajo juramento a responder de todos los cargos en su contra; y, peor aún, bastaba el testimonio de dos testigos para probar su culpabilidad.

¿Tiempos superados? Para nada. Los tratos degradantes siguen a la orden del día y no en Europa, sino en los sótanos de la misma Policía Ministerial de Nuevo León, donde tuvo lugar el interrogatorio convertido en barbarie, efectuado por cuatro agentes que acabaron con la vida de Francisco Medellín Alberto de 27 años, acusado de robo a un cajero automático.

Antes que desglosar las partes de este atentado contra la dignidad humana, donde no hay sólo cuatro responsables, sino un viejo y bien consolidado sistema de corrupción e impunidad, me permito comentar una opinión vertida en un noticiario local en el que el sensacionalismo prima sobre la veracidad (parece no haber de otros informativos aquí).

Una señora de aproximadamente 70 años respondió a quien la interrogaba sobre el caso: "Pobrecitos ministeriales, se les pasó la mano, seguramente no querían matarlo". Aunque hubo otras opiniones de franca condena al crimen, me parece que la citada es compartida por no pocas personas ligadas o no a los estamentos judiciales.

Porque "se les pasó la mano" es una expresión que implica como válido el ejercicio del torturador, siempre y cuando éste no se exceda en el procedimiento. Según esta lógica, se puede torturar hasta el punto de infligir un daño reversible; la eficacia, entonces, consiste en el buen cálculo, y la estupidez en no tenerlo.

Pensar así es impresionante, tanto, como quedarnos con los brazos cruzados ante tan grave atropello a los Derechos Humanos. A los agentes de la Policía...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR