Luis Rubio/ Dilemas del PRI

AutorLuis Rubio

Los priístas aparentan la unidad y entereza de quienes conocen el poder, pero detrás de la fachada todo mundo sabe, ellos incluidos, que enfrentan dilemas fundamentales. Algunos de sus próceres más visibles niegan al gobierno y rechazan cualquier posibilidad de transacción y entendimiento, arguyendo que cualquier cosa que beneficie al gobierno de Vicente Fox les perjudica a ellos.

Todo sugiere, sin embargo, que la mayoría de los priístas reconoce, aun en contra de sus deseos, que su capacidad de retornar al poder depende más de lo que haga el partido, o al menos sus bancadas en el Congreso, que de lo que deje de hacer; que su futuro está más ligado a su reconstrucción interna que a sus atrofiados cálculos políticos de corto plazo en la lucha de trincheras en que se ha convertido la política mexicana. El caso del llamado Pemexgate hace evidentes estos dilemas, aunque muchos de los priístas más prominentes pretendan lo contrario.

La historia todos la sabemos o, al menos, podemos intuir: el PRI perdió las elecciones del 2000, pero sigue comportándose como si nada hubiera cambiado. Esta situación responde a dos dinámicas paralelas, aunque claramente distintas, que han llevado a los priístas a conclusiones que bien podrían conducirlos a derrotas futuras.

Una dinámica tiene que ver con la sensación de traición que perciben muchos de ellos: después de todo lo que hicieron por México y los mexicanos, cómo es que el electorado pudo haberles fallado, cómo es que llevaron a la reacción al poder; en otras palabras, ¡qué se creen los mexicanos que son!

Aunque quizá cruda, y en algunos casos un tanto injusta, esta caracterización sin duda refleja las actitudes de muchos priístas que veían al gobierno y al poder como algo suyo, un bien privado al que sólo ellos podían tener acceso. Es evidente que para este grupo el ajuste es por demás complicado.

La otra dinámica que caracteriza a los priístas es una de confrontación interna. Aunque siempre presente, ésta se agudizó en los 80 y todavía no acaba de resolverse. La disputa se agravó con el viraje en el manejo de la política económica que inició Miguel de la Madrid a mitad de los 80 y que, por vez primera, dio cabida a los altos círculos del poder a personas cuya credencial de acceso no era el liderazgo de grupos o intereses, la jefatura de regiones o la habilidad para manipular a la población o al voto, sino sus habilidades técnicas para administrar la economía y, en general, las partes más complejas, en...

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