Luis F. Aguilar / El podercito

AutorLuis F. Aguilar

Se requiere tener sangre fría para no perder la calma en estos tiempos en que lo único que nos queda claro es el poder que han adquirido los partidos políticos, que se han vuelto los amos y señores de la política mexicana, los dueños del poder, aunque cada uno posea sólo un pedazo y lo usen para deshacer más que para hacer. Los partidos han sustituido al Señor Presidente en el mando del país. La Presidencia democrática, la legislativa y judicialmente acotada, que buscábamos en la llamada transición, ha tenido como efecto no previsto la partidocracia. No nos salieron los cálculos.

El poder concentrado presidencialmente se fragmentó en un rompecabezas de diversas y dispersas pequeñas piezas de poder, sin que nadie haya podido hasta la fecha integrarlas en una configuración coherente de política nacional. El poder político se ha partido en los pedacitos de tres, cuatro, cinco, seis partidos y en los pedacitos de sus tres, cuatro, cinco, seis pequeños líderes y grupos internos. Vivimos el tiempo del pequeño poder, que produce cositas, que no tiene la capacidad de producir lo que queremos para poder sobrevivir en el siglo XXI y ser un país que cuente. Antes del 2000 queríamos controlar a una persona que desde Los Pinos hacía de las suyas, ahora tenemos cientos de personas dispersas que no podemos controlar y hacen también lo que les viene en gana, autocontenidos, sin contacto con las exigencias de la sociedad productiva. La transición o la alternancia o lo que sea que haya ocurrido en México agrandó nuestros problemas por haber achicado el poder político, por fragmentarlo, por hacerlo poco útil para la magnitud y urgencia de nuestros problemas o proyectos. Ni los neoliberales más dogmáticos y antiestatales aplaudirían el actual desenlace (¿provisional?) del podercito democrático.

El problema consiste en que los poderosos partidos no nos han podido probar hasta la fecha que pueden y qué pueden. En mucho se debe a sus divisiones internas, a que los partidos son hoy muéganos de intereses cortos y poderes pequeños y a que carecen de claridad en sus decisiones, no saben cuándo seguir sus intereses de corto plazo y cuándo los de largo, cuándo ser reformadores y cuándo electoreros. Vivimos el tiempo del poder débil, fraccionado, disperso. Se trata de algo preocupante, pues proyectos económicos y políticos importantes del país dependen del hilo de las (in)decisiones de los partidos. ¿Pueden los partidos?, ¿qué pueden realmente? Los partidos no han...

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