El lugar de los milagros

AutorMaría Luisa Medellín

Desde hace cuatro años, Hermila Carrasco abre la puerta de su humilde vivienda en Nuevas Colonias a todo aquel deseoso de ver la imagen impresa en papel de una virgen que "llora".

A minutos de ahí, entre el caserío de la Loma Larga, sobresalen los albos muros de una capilla dedicada a un Niño Dios que hace 30 años atrajo ríos de gente ávida de milagros, ansiosa de comprobar si de su hechura de barro brotaban sangre, sudor y lágrimas, como aseguraba vehemente doña Aurelia Martínez de Sifuentes, su propietaria.

Adentrarse en ese territorio mágico supone únicamente trasponer el Río Santa Catarina, y atravesar desde su nacimiento las colonias Independencia y Nuevas Colonias, para seguir hasta las crestas de la Loma Larga.

Una topografía de triángulo horizontal que alberga, sin roces, a católicos, fidencistas, yerberos, santeros, cartomancianos y difusores de otras artes adivinatorias.

En este reducto sincrético, la pobreza cobija a una gran masa de sus moradores, oriundos de San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato y otros lugares del centro del País.

Algunos, como embajadores de la fe, abanderan la devoción por el santo patrono de su pueblo, y cada año regresan a rendirle culto en copiosas peregrinaciones.

Otros se vuelcan en el fervor fidencista y más que en casas, habitan en capillas de veneración, al igual que muchos devotos guadalupanos.

En una esquina, doña Celeste se publicita como experta en la lectura del tarot, y basta preguntar a cualquier vecino para encontrar quien aleje las malas vibras con una "barrida" de pirul, o quien elabore amuletos y perfumes de la buena suerte.

Aunque hoy por hoy, en esa populosa geografía impregnada de vallenato y violencia callejera, las miradas de creyentes y escépticos se posan en las "lágrimas" de una imagen en papel de la Virgen María Auxiliadora, como antes lo estuvieron sobre el Niño Dios de la Loma Larga.

A diario, la casa de Hermila Carrasco, en un callejón de las Nuevas Colonias, alberga la esperanza de decenas por atestiguar ese "llanto", que, dicen, brotó por vez primera el 4 de noviembre de 1998.

Esa tarde, cuenta la propia Hermila, desenrolló el póster mariano que un día antes le obsequiara el Padre Renzo Sessolo, y lo mostró a las vecinas con las que todos los días solía desgranar las cuentas del rosario.

De pronto, tuvo la impresión de que la Virgen movía los ojos, pero Antonieta Lavín, su vecina, le dijo que no, que los tenía llenos de lágrimas.

Hermila corrió por una cámara de bolsillo y captó el momento en una fotografía que ahora cuelga en la pared del cuarto principal, donde se ubica el altar.

El sacerdote con el que se comunicó enseguida recomendó sellar la efigie con vidrio por ambos lados. Al poco tiempo, afirma esta mujer, comenzaron a brotar más lágrimas, pero a través del cristal.

"Sentí mucha angustia, quería saber por qué lloraba la Virgen, y por qué sucedía eso en mi casa"...

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