El lugar de Flora Tristán

AutorEnrique Krauze

Luego de leer de un tirón la novela más reciente de Mario Vargas Llosa -El paraíso en la otra esquina-, consulté el índice onomástico de la obra clásica sobre la historia del socialismo occidental, Hacia la estación de Finlandia, de Edmund Wilson. Quería encontrar a Flora Tristán, la legendaria heroína de la novela de Vargas Llosa, la peruana y francesa precursora del obrerismo y el feminismo, que vivió los albores y rigores de la Revolución Industrial en la aciaga primera mitad del siglo 19, y fue abuela de Paul Gauguin (el otro personaje, paralelo y contrapunteado, del libro). Lamenté no hallar a "Florita, la andaluza" -como la llama Vargas Llosa-, personaje de una fuerza no menor a la de Rosa Luxemburgo, menos prolífica quizá como autora, ideóloga y líder social, pero infinitamente más práctica en sus ideas y propuestas. A pesar de haber sido conocida en su tiempo con el mote de "Madame-la-ColÅre", la Flora Tristán de Vargas Llosa, que en sus años finales peregrina por las ciudades francesas en busca de apoyo a su proyecto de "Unión Obrera", es sobre todo una mujer solitaria y solidaria movida por la piedad, un ser entrañable que lucha por reivindicaciones concretas, no redenciones abstractas. Al recobrar esa vida, Vargas Llosa ha hecho un acto de justicia histórica, ha reivindicado la gesta de esa paisana suya (paisana hasta por la ciudad de Arequipa, de donde Vargas Llosa y el padre de Flora provienen), colocándola en el árbol universal de las utopías.

Me pregunto si pertenece a ese árbol o a otro, olvidado, relegado: el árbol de la tradición anarquista. Y me lo pregunto porque sospecho que, en esa traslación, puede quizá ubicarse la desgracia de su desubicación. La palabra utopía, de viejísima estirpe intelectual y literaria, quiere decir "no hay tal lugar", y en ese sentido estricto corresponde como un espejo a la vida de Flora Tristán. Su signo fue el desarraigo. No había lugar para ella en Francia, su país de origen y el de su madre. Tampoco en el Perú, país de su padre, ni en el orden espiritual regido por la Iglesia, que la rechazaba por su ilegitimidad de cuna. Menos aún lo había en el despiadado orden social que enmarcó su vida, luego de que la muerte prematura del padre la arrojara a la marginalidad y la pobreza, condenándola a un matrimonio que finalmente, de manera indirecta, la mató. Aquel vínculo atroz con una "bestia maligna" que cometió estupro con su propia hija, podría ser un capítulo en la "historia universal de la...

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