Lucrecia Lozano / Washington, Hussein y Noriega

AutorLucrecia Lozano

En su estrategia por combatir al comunismo bajo la Guerra Fría y, al concluir ésta, ante la amenaza del terrorismo, la Casa Blanca ha alentado la existencia de regímenes aliados cuyos métodos políticos distan mucho de reflejar los valores de la libertad y la democracia que Washington afirma promover en su política exterior.

Los generales Manuel Antonio Noriega, de Panamá, y Saddam Hussein, de Iraq, son ejemplo de esa estrategia que se guía por el pragmático lema de "el fin justifica los medios".

Cuando era oficial del ejército, Noriega fue un informante de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos que daba datos sobre las actividades y vínculos que el Gobierno sandinista de Nicaragua y la insurgencia armada salvadoreña mantenían con sectores políticos de la región.

Tras la muerte del General Omar Torrijos en 1981, el artífice de la política que devolvió a Panamá su plena soberanía sobre la zona del Canal, Noriega empezó a concentrar un importante poder económico y político.

En 1983 se autoproclamó general y fue ungido comandante en jefe de las Fuerzas de Defensa, cuya doctrina se nutría del nacionalismo torrijista. Pronto se convirtió en gobernante de facto. La creciente autonomía política que adquirió gracias al poder que acumuló y la notoria corrupción que ejerció lo transformaron en una figura incómoda para los intereses de Washington en la entonces convulsionada región de Centroamérica.

La Casa Blanca lo acusó de estar coludido con el narcotráfico internacional y de ser un tirano que no sólo ponía en riesgo la estabilidad del país y la seguridad del Canal, sino que representaba un grave peligro para la libertad y la democracia en el área.

En los meses previos a la intervención armada de los Estados Unidos en diciembre de 1989 que condujo a su derrocamiento y a la desaparición de las Fuerzas de Defensa, Noriega encabezó una extraña y bizarra resistencia patriótica y antiimperialista. Sus desplantes arrogantes hicieron pensar que estaría dispuesto a morir enfrentando la invasión y defendiendo la soberanía de su país.

No sucedió así. El otrora hombre fuerte de Panamá se entregó a las fuerzas invasoras el 3 de enero de 1990. Hoy cumple una condena de 30 años de prisión en una cárcel de Miami, Florida, acusado de asociación delictuosa, tráfico de drogas y lavado de dinero. Muy pocos lo recuerdan.

Algo similar, pero también diferente, sucedió con Saddam Hussein...

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