Lorenzo Meyer/ Naturaleza de la transición

AutorLorenzo Meyer

Ni lo uno ni lo otro.- Quienes la calificaron "de terciopelo", menospreciaron la dureza de los sacrificios que ha demandado nuestra transición del autoritarismo a la democracia política, pero exageran quienes hoy ponen el acento en sus problemas y dan voces de alarma.

En comparación con otras -nuestras o ajenas- la etapa actual de la transición mexicana es bastante aceptable.

Tras lo ocurrido el 2 de julio y dejándose arrebatar por el entusiasmo del momento, alguien decidió incluir a la nuestra como parte del grupo de transiciones políticas de "terciopelo", es decir, del estilo checoslovaco de 1989, y que contrastó notablemente con la violencia que en esa época enmarcó en Rumanía el paso del régimen encabezado por Nicolas Ceaucescu a otro, en principio democrático, encabezado por los socialdemócratas.

Desde esta perspectiva, resulta que no se materializó la amenaza del finado líder obrero Fidel Velázquez, en el sentido de que el PRI sólo dejaría el poder de la misma manera en que lo había ganado: por la fuerza.

En realidad, la etapa final del viejo régimen priísta se ha caracterizado por transcurrir básicamente por los cauces pacíficos. Sin embargo, algunos observadores alarmados han visto algunos nubarrones en el horizonte y hoy pronostican tormentas.

Los malos indicios -señalan- se acumulan: los indígenas insurgentes de Chiapas mantienen su silencio pese a las ofertas de negociación que les hace el nuevo gobierno; el cacicazgo priísta en Chimalhuacán se fue "por la libre" y organizó una masacre de rivales; salen a la luz pública las diferencias dentro del ejército; en Tabasco se hace evidente que los conflictos postelectorales persisten; el choque entre el Presidente Zedillo y el ex Presidente Salinas aumentó en intensidad; la rebelión de los burócratas federales en demanda del bono sexenal ya puso en entredicho no sólo la estructura del liderazgo de la FSTSE sino la futura relación servidores públicos-gobierno, etcétera.

Frente a lo anterior conviene dejar en claro que, por un lado, la transición mexicana nunca fue de terciopelo y, por el otro, que lo ocurrido hasta ahora tampoco permite suponer que el actual proceso de cambio pueda desembocar en una catástrofe. Si en todo fin de sexenio se desatan amarres, al de hoy se le añade el estruendo del gran edificio corporativo del partido de 71 años al desgajarse.

Nunca de terciopelo.- Si se parte del hecho de que el impulso inicial del cambio político en México que culminó con las elecciones del 2000 se inició en 1961 con la rebelión cívica del movimiento navista en...

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