Lluvia de letras
Autor | Adolfo Castañón y Marcela Pimentel |
Lluvia de letras sobre el paisaje del desamparo.
O. Paz
...tan bravo sois que
tenéis dominio sobre las bestias.
"Terencio", citado por E. de la Bodtie,
Discurso de la servidumbre voluntaria.
Hernández Campos, Jorge
(Guadalajara, Jalisco, México, 1921)
La experiencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, 1a. reimpresión, 1999, 241 pp., Col. Letras mexicanas.
Padre, poder (pp. 60-64)
A Octavio Paz y a la memoria
de Pasolini
Un tiempo creí que mi padre era el poder,
Cuánto le odiaba mi corazón de niño
por el pan, por la casa, por su paciencia,
por sus amantes,
por el odio revuelto de lujuria
que le dividía de mi madre;
pero sobre todo cómo le odiaba
por su certidumbre, por el peso
de cada su palabra, por el gesto
definitivo de su mano robusta, por el desprecio
de su sonrisa difícil.
A veces, yo corriendo, él en bicicleta
le miraba alejarse, pie izquierdo pie
derecho
triunfando sobre el empedrado,
en perfecto equilibrio
de intenciones y fines
y yo quedaba cierto que él era el poder.
Más tarde, preocupado por lo que yo creía
política
pensé que el poder era mi casa y que
el Presidente, pie izquierdo pie derecho,
en perfecto equilibrio de reales medios y ficticios
fines,
era nuestro padre, glorioso ciclista
que se iba, mientras nosotros, yo,
quedábamos atrás, jadeantes, en el polvo del
fútil idealismo.
Cuánto le odié, entonces, al Presidente, por el
pan,
por la sal, por sus amantes,
por la paciente injusticia
con que podía matarnos en aras
de nuestro propio bien.
Cuántos años maduros quemé clamando
en poemas, artículos, acres vituperios,
por una más limpia convivencia con
el dador de la vida, el
principio del verbo, el pilar de la casa, El.
Hoy, mi padre tiene ochenta y cinco años y
casi ciego va por entre los muebles, las manos
por delante,
arrastrando los pies con pasitos de títere,
los pantalones, los mismos de hace treinta años,
flojos, como de pulchinela, en torno
a las zancas raquíticas, y
ya no más seguro, ni vencedor, antes bien
temeroso de la muerte que le hará tropezar
con un palo de escoba,
cuando voy a verle ahora dice ¡hijo,
qué bueno que llegaste, anoche soñé que
vendrías!
y me explora la cara con sus dedos de guante.
Y yo me conmuevo porque
ya estoy en la edad que él tenía
en ese entonces, y porque
hace ya mucho tiempo le perdoné
como espero que un día me perdonen
mis hijos
cuando ellos descubran, a su vez, que
no soy
que no he sido
el poder.
Porque el poder es ese pétreo mascarón
que resurge cada seis años
siempre igual a sí...
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