Llega la muerte a su fiel amante

AutorFrancisco Morales

En uno de los últimos autorretratos que compartió en sus redes sociales, apenas el pasado marzo, Arturo Rivera se pintó a sí mismo elegantemente vestido de negro, como se asiste a un funeral, con un cetro en la mano y sentado al centro de la composición.

Flanqueado por una galería de sus personajes inquietantes -como una niña diminuta que señala un ave muerta, un caballo y una mujer con el rostro vendado-, todos posan bajo una sentencia escrita en latín que así se traduce: "Bienaventurado el varón que sufre la tentación".

Fallecido ayer, Rivera (1945-2020) llevó una vida personal y artística que jamás estuvo exenta de estas tentaciones y excesos, con una obra dividida entre la muerte y el erotismo, nunca fácilmente digerible ni sencilla.

Reconocido como uno de los más aguerridos defensores del arte pictórico y enemigo acérrimo del arte contemporáneo, hombre de amigos entrañables y también de numerosos adversarios ideológicos, la primera gran tentación de Rivera ocurrió a principios de los años 70.

Educado en técnicas tradicionales de pintura en la Academia de San Carlos y la City Lit Art School de Londres, Rivera estuvo a punto de renunciar a su vocación por la preeminencia que gozaba en ese entonces lo que después, con desprecio, apodó arte VIP (Video, instalación y performance).

"Creíamos que la neta era el performance, la instalaciones y que la pintura de caballete ya no existía. Quemé en un acto de protesta el mejor caballete que he tenido, de lo cual me arrepiento", relató.

Casado en seis ocasiones, consumidor insistente de alcohol, ansiolíticos y mariguana -hasta que se resolvió a dejarlos-, y un enamorado de la muerte, aquella fue la única vez, sin embargo, que la tentación de dejar la pintura se le hizo manifiesta.

"Tenemos en la producción de Rivera a alguien que comenzó, que fue el iniciador en México de la 'neoacademia'", explica el crítico de arte Carlos Blas Galindo, curador de la única exhibición individual del artista en el Museo del Palacio de Bellas Artes, en el año 2000.

"Tiene que ver con la recuperación en la etapa de lo que llamamos posmodernidad, o posvanguardias, de la tradición artística, pictórica, occidental, pero poniéndola al día en cuanto a lo temático y a lo iconográfico", abunda.

Contemporáneo de los pintores más jóvenes de la Generación de la Ruptura, Rivera se desmarcó desde el principio de la estética de este movimiento y abrazó la pintura figurativa y realista con devoción absoluta e inamovible.

Estudioso...

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