Con los libros a cuestas

AutorAntonio Saborit

"Aun las mujeres de casa tienen rifle a la cabecera", escribe Alfonso Reyes en su diario. Es la entrada del domingo 3 de septiembre de 1911, escrita horas después de que unos golpeadores disolvieran la manifestación de simpatizantes del General Bernardo Reyes, a este último lo apedrearan en el balcón de la casa Daguerre y llegaran a la casa familiar "automóviles con los vidrios rotos, gente lesionada". Reyes continúa: "El mío está ahí", refiriéndose a su rifle, "junto a mis libros. Y éstos -claro está- junto a mi cama. Los libros ahuyentan la visita de toda esa gente estorbosa. Hasta aquí sólo llegan los que deben llegar". Reyes vivía entonces en Estaciones 44. Cuatro días después anota: "¿Y si entraran a saco en casa? Veo mis libros y mis papeles dispersos".

No por nada temía la dispersión de su biblioteca y archivo personales. La historia no había dejado de molestar su vida privada desde poco antes que el presidente Porfirio Díaz decidiera acabar la carrera de su padre, el General Reyes, al destituirlo del gobierno de Nuevo León y sacarlo del País a finales de octubre de 1909, en pocas palabras, al no considerarlo como apto sucesor.

El manotazo de Díaz llevó al abogado Rodolfo Reyes a redoblar su activismo, al grado de meter a su hermano Alfonso en "delicadas misiones" y silencios conspiracionales desde junio de 1911. Al triunfo de Francisco I. Madero todo mundo quiso arrancarle un gajo a la oportunidad, a cuenta de reales o supuestas diferencias con Díaz. Tal fue el caso de los simpatizantes del General Reyes, por cuyo fervor pagaron con destierro, cárcel, ruina. Y en el momento en el que el gobierno de Madero no dio para recompensas, desengañados y restauracionistas le empezaron a contar los días. Así, Rodolfo asumió la defensa de Félix Díaz, quien en octubre de 1912 se levantó en armas contra el gobierno legítimo de Madero y estaba encarcelado en la Penitenciaría de la Ciudad de México. Rodolfo también veía por su padre, el General Reyes, preso en Santiago Tlatelolco.

El lunes 11 de agosto de 1913, seis meses después de la caída y asesinato de Madero, horas antes de hacerse a la mar rumbo a Francia con su pequeña familia y su nombramiento de primer secretario de la legación en París, Alfonso Reyes desayunó en los portales de Veracruz, dio un paseo en la isla de Sacrificios, conoció a Felipe Lera, "hombre de chupados pómulos, color de nicotina en uña de fumador y zapatos rotos": el guarda del lazareto de la isla y hermano de Carlos...

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