Librero y yo

AutorHéctor Manjarrez

Durante los quince o dieciséis o diecisiete años logré impedir que los libros me comieran casi todo el espacio de mis paredes. Acostándolos en vez de parándolos. Legando cada año a las bibliotecas aquellos libros y libracos que estaba seguro que nunca iba a releer, o que nunca me servirían para consulta, o que nunca me daría de golpes por ya no tenerlos (a menos que tuviera que comprarlos de nuevo).

Fue así que me deshice de varias decenas y decenas que acabaron sumando unas cuatro centenas de libros de marxismo, de sociología, de divulgación de la ciencia, de estructuralismo, de economía y de historia de países cuya historia poco o nada me importa. De poesía, no. Nunca me he atrevido. Temo que me caiga un rayo del cielo si me llego a deshacer del peor poemario del peor poeta del planeta. Cada quien sus creencias religiosas.

Y así, cada año hacía mi limpia y dejaba un poco de espacio para mis nuevas y más juiciosas adquisiciones. Además, como las editoriales habían dejado de obsequiarme sus obras, el problema era menos apremiante. Sin embargo, dado que cada año culmina tan sólo después de 365 días y sus respectivas noches, también abandonaba en los elevadores de mi edificio algunos libros, de vez en cuando.

Quiero hacer aquí una observación: nadie nunca, a lo largo de numerosos años, dejó un recado en el ascensor o la puerta general avisando que a alguien se le habían olvidado unos libros. Lo que esto dice sobre la honradez o la bibliomanía de mis muchos vecinos, lo ignoro. Sólo una vez uno de ellos me dijo: "Eres tú el que deja los libros, ¿verdad?", y eso porque ya habíamos sido vecinos en otro lugar de Tlalpan y conocía mis generosas mañas. Yo, desde luego, lo negué; él, por supuesto, no me creyó.

Pero estos primeros días del año he ido a comprar un librero alto y ancho, el primero que me veo forzado a adquirir en muchos años. ¿Por qué?, pues porque el librero de mi hija ya no daba más de sí y los libros ya se daban de codazos para caber, aun si fuera sin respirar. Los hijos del capitán Grant se defendían más o menos bien -porque es un volumen robusto-, pero a las obras más delgadas de Roald Dahl ya les estallaba el lomo, y las ilustraciones estaban a punto de imprimirse en la página opuesta.

Ahora bien, un padre que -como Vicente Fox- cree a pie juntillas que México debe ser un País de Lectores es un individuo que aprovecha la ausencia vacacional de la hija para adquirir un librerote donde la sabiduría y la imaginación humanas no luzcan...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR