El lenguaje del complot

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BUENOS AIRES.- "El lenguaje es un sueño dirigido", escribió Borges en El informe Brodie (1970), cercando oníricamente el limbo entre realidad y fantasía. Pero Borges no alcanzó a ver la multitud de direcciones, la variedad de sueños renovados ni las funcionalidades del lenguaje y la expresión literaria de la Argentina posdictadura, cuando los narradores arreglan cuentas con la historia y, para zafarse de ella, inventan los nuevos códigos y hacen reinvención de los géneros.

Ricardo Piglia (Buenos Aires, 1941) sabe que el lenguaje es la superficie natural de la poética, por eso reflexiona sobre él como su puerta irrefutable de contacto con el mundo.

"La narrativa persiste", dice Piglia, "pues en el juego de la llamada cultura mundial radica la intención de imponer una cultura única. Paradójicamente, a medida que se profundizan las crisis del concepto de Nación, creo que se establece un diálogo directo entre los universos regionales y la cultura internacional. Tal vez las culturas nacionales comiencen a ser cuestionadas como espacio de mediación entre la región y el mundo".

Junto con una abundante producción narrativa, el autor de Plata quemada (Premio Planeta Argentina, 1997) ha desarrollado una amplia labor crítica. Actualmente es profesor en la Universidad de Princeton y trabaja en una segunda versión de su novela inédita Blanco nocturno.

"La escritura de ficción cambia el modo de leer y la crítica que escribe un escritor es el espejo secreto de su obra", sostiene. "En los últimos tiempos he tratado de investigar una modalidad de la crítica, entendida como experimentación y prueba. Un relato posible, una proposición alternativa como punto de partida de la reflexión. Se trata de construir en el laboratorio del lenguaje formas para discutir y analizar el sentido y sus derivaciones".

Y cuando Piglia escarba en la atmósfera de un relato, lo que busca es una especie de música con la cual experimentar una adhesión física, un ritmo. Así desarrolla la narración en un solo sentido.

Pero también, como dice, hay otras derivaciones; desde su invertida concepción, por ejemplo, del sentido de realidad y el sentido de lo ficticio: de la ficción en el sentido de la construcción de la creencia. Porque la cuestión de la creencia es algo que tiene mucho que ver con la construcción de la verdad, le interesa mucho más el modo en que es posible ver la presencia de la ficción en la realidad, cuando lo que habitualmente sucede es buscar la presencia de la realidad en la ficción. Y, claro, si a fin de cuentas, vivimos ayudados por ilusiones, ficciones, relatos que nos han contado.

Pero hay otra rebelión creativa derivada que es más directa, y es contra el poder y desde el lenguaje, como espacio primordial de la narrativa y como manifestación de su propia poética.

"Hay primero una relación bastante fuerte entre los escritores y el tipo de narración que hace el poder, el relato del Estado y, segundo, la lucha que promueve esa tensión, la novela narrando otra historia que la que narra el poder. El Estado tiene una cualidad bastante perversa en el uso del suspenso, del escamoteo sobre lo que se cuenta y lo que se calla. Insiste en un discurso falsamente moralista en los contenidos temáticos de las historias y eso es lo que trata de imponer todo el tiempo, porque el discurso estatal busca que la gente hable de lo que él quiere".

Hablar de metáfora social, como material de literatura, parece conducir invariablemente a la política en la Argentina actual, ¿cómo escapar?, ¿o no hay que escapar de nada?

No hay modo de escapar, claro, lo interesante de todos modos es que cada uno vive la política bajo la forma del complot. Suceden muchas cosas al mismo tiempo cuyo sentido el sujeto no puede entender y sólo puede pensar bajo la forma...

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