Leibniz y la lingua characterica *.

AutorHernandez Marquez, Victor Manuel
  1. Introducción

    El proyecto leibniziano sobre la invención de una characteristica universalis fue uno de los muchos intentos intelectuales del siglo XVII por crear un lenguaje universal. (1) Y, al igual que la mayoría de sus similares, sus aspiraciones nacieron en gran parte por la convicción de que toda lengua es, por su propia naturaleza, imperfecta. Para teóricos del lenguaje universal como Wilkins, Dalgarno y Leibniz, la creación de un lenguaje universal se presentaba como un imperativo que tendría repercusiones importantes en lo epistemológico, lo religioso y lo político, en tanto que el nuevo lenguaje no sólo sería capaz de salvar la impenetrable barrera entre las lenguas sino que, además, podría evitar las confusiones y equívocos a las que están sujetas las mismas. (2)

    Desde luego, las fuentes que dieron lugar a los proyectos sobre la lengua universal son diversas en cuanto a sus temas y propósitos. Muchas de esas fuentes tienen su origen en la ruptura de la hegemonía del latín como lengua culta, con la división de la iglesia cristiana, con el auge de las relaciones comerciales de Europa con pueblos que hablaban lenguas ignotas y, por supuesto, con el descubrimiento del Nuevo Mundo. Sin embargo, existen también otras fuentes menos prácticas y más especulativas pero que en buena medida determinan la naturaleza conceptual de esos proyectos. Entre estas últimas fuentes podemos contar, por ejemplo, la idea de los neoplatónicos cristianos según la cual es imposible definir a Dios de manera univoca debido a lo inadecuado del lenguaje. Otra idea parecida la podemos encontrar en los magos, alquimistas, científicos naturales y cabalistas, de distintas épocas del mundo antiguo, en cuanto a que el lenguaje natural es inadecuado para reflejar la verdadera estructura de la realidad, la cual sólo puede ser revelada por medio de un simbolismo especial.

    En este sentido, la base filosófica sobre la que se construyen todos estos proyectos en tomo a la invención de una lenguaje universal depende, en buena medida, de las relaciones entre lenguaje y pensamiento, por un lado, y entre lenguaje y hechos, por otro. Aunque uno de los problemas filosóficos de la segunda relación se encuentran ya en la discusión platónica acerca de la rectitud de las denominaciones, no fue sino hasta el siglo XVI cuando surgió la problemática particular que daría vida a los intentos de crear lenguas artificiales cuyo objetivo era la representación "directa" de la realidad.

    Esto se debió en gran parte a Bacon, quien había hablado de lenguas con sistemas exóticos de escritura (como los jeroglíficos y los ideogramas chinos) que representaban directamente las cosas. Estas escrituras, afirmaba, estaban formadas por caracteres reales, y era en virtud de ellos por lo cual se podían representar directamente las cosas. (3) Los teóricos del lenguaje universal pensaron que un lenguaje artificial común debería estar formado por símbolos semejantes a los que Bacon había aludido en relación con los ideogramas chinos y los jeroglíficos.

    Si bien Leibniz aceptaba que tanto los ideogramas chinos y la escritura de los egipcios, así como los símbolos empleados por los químicos, constituyen ejemplos claros de caracteres reales, limitaba sus meditaciones a determinar hasta qué punto los ideogramas chinos podían de hecho ser considerados como el núcleo de un auténtico lenguaje filosófico. (4) Es decir, para Leibniz existía una diferencia muy importante entre una lengua formada por caracteres reales y una lengua filosófica. De hecho, una de sus constantes críticas a teóricos del lenguaje universal, como Wilkins y Dalgarno, consistía en señalar que los lenguajes inventados por estos autores eran sólo nominalmente filosóficos ya que en el fondo no pasaban de ser simples lenguas internacionales apropiadas para facilitar el comercio entre los pueblos pero incapaces de expresar las relaciones lógicas que se dan entre los pensamientos.

    Este programa tenía como objetivo dos propósitos principales y hasta cierto punto distintos: el de una lengua característica y el de una lengua universal. En el primer caso, se busca crear un simbolismo formado por signos agrupados de acuerdo con una sintaxis fija y cuyo objetivo final es la expresión fiel de los pensamientos y ser además un mecanismo de descubrimiento; esto es, un ars inveniendi. En el segundo caso, se intenta construir un lenguaje artificial y universal con las propiedades comunes a las lenguas naturales "cuitas" (es decir, aquellas lenguas que además poseen un sistema de escritura), pero sin sus defectos y cuyo propósito inmediato es salvar la barrera impuesta por la diversidad de las lenguas.

    Se trata de dos propuestas hasta cierto punto distintas porque la primera, en tanto lenguaje meramente simbólico, se aparta de las propiedades comunes a las lenguas naturales; y viceversa, en tanto lengua universal con un sistema de escritura para la representación fónica, se aleja de las propiedades de un lenguaje simbólico. Sin embargo, Leibniz pensó en algunas ocasiones que una verdadera característica lograría cumplir satisfactoriamente ambos propósitos, y la prueba de ello ha quedado plasmada en su intento de construir un calculus ratiocinator como base de una lingua rationalis universalis.

    La idea de un calculus ratiocinator no era del todo nueva y, de hecho, Leibniz había retornado del Ars magna de Lulio la idea de un procedimiento mecánico de demostración por medio de letras del alfabeto que representaban ciertas ideas fundamentales, mientras que de Hobbes hereda la idea de que las operaciones de la mente no son sino un computation que puede ser entendido como la suma o sustracción de una diferencia. (5) El cálculo leibniziano sería entonces un simbolismo con reglas mecánicas de razonamiento que se comportan de manera similar a los operadores de adición y sustracción del álgebra ordinaria. Desafortunadamente, Leibniz no lograría avanzar demasiado en la construcción de un cálculo semejante. Esta tarea sería en cierta forma completada más tarde por matemáticos y lógicos como Boole, De Morgan y sus continuadores.

  2. Los ideogramas chinos como lengua filosófica

    Las dificultades mencionadas anteriormente fueron una de las motivaciones principales por las cuales Leibniz llegó a pensar en la lengua china como un prospecto interesante de lengua filosófica. Otro motivo importante se debía a su visión del denominado "prejuicio teológico" mencionado antes, (6) y que consiste, a grandes rasgos, en identificar la lengua filosófica con la lengua original o adánica. Como observa Oliver Roy, "para Leibniz, nosotros poseemos la misma lógica de Dios; y si la lengua original fue la lengua filosófica más perfecta, la nueva lengua filosófica no será del todo perfecta (por ejemplo, la renuncia de Leibniz a construir una fonética motivada). Sin embargo, su esencia será la misma, a saber, la expresión de la razón universal, común a Dios y los hombres. (7)

    En el fondo, Leibniz no se apartaba aquí lo suficiente de aquellos teóricos del lenguaje universal que pensaban que los caracteres universales terminarían con la maldición babélica. Wilkins, por ejemplo, años antes de elaborar su célebre lenguaje artificial, especulaba en su Mercurio --un manual de criptología-- sobre las ventajas de una lengua universal en los siguientes términos:

    Después de la caída de Adán, la humanidad sufrió dos grandes maldiciones: la primera fue en cuanto a sus Obras, y la otra, en cuanto a su Lenguaje [...] Contra este [último], la mejor ayuda que podemos tener es la lengua Latina, y las lenguas artificiales, las cuales en razón de su generalidad, hacen algo por restablecemos de la primera confusión; pero si ahora existiese una suerte de lengua de Caracteres Universal para expresar cosas y nociones, y que pudieran ser legibles para toda la gente y todos los países, de forma tal que los hombres de diversas naciones pudieran con la misma facilidad escribirla y leerla, esta invención podría ser en particular un gran progreso al poder promover la difusión y promoción de todas las artes y ciencias; puesto que gran parte del tiempo que ahora se requiere para aprender las palabras, podría ser empleado en el estudio de las cosas. Entonces, la confusión de Babel podría de esta forma ser remediada si cualquiera pudiera expresar su propio significado empleando la misma clase de caracteres. (8) Desde luego, puede decirse que en tanto que la lengua universal se presentaba como una restauración infalible ante la confusio linguarum, todos estos proyectos presuponen el "prejuicio teológico". De cualquier manera, esto no significa que para Leibniz, como para otros teóricos del lenguaje universal, la lengua china representara la lengua radical adánica. Aparte de los motivos señalados por Bacon, Leibniz pensaba en la lengua china como una lengua filosófica debido a que creía, siguiendo al orientalista Jacques Golius (1596-1667), en su origen artificial. Además, sostenía que, a diferencia de los jeroglifos, los caracteres chinos "Son quizás más filosóficos y aparentemente se encuentran formados a partir de consideraciones más intelectuales, como las que se presentan en los números, el orden y las relaciones". (9)

    El interés de Leibniz por la escritura china como lengua filosófica tenía motivaciones más generales, dado que sostenía además, que el pensamiento chino era compatible con su propia filosofía. (10) No obstante, después de ocuparse del asunto por algunos años, llegó a dudar del status filosófico de la escritura china. Entre las razones principales Leibniz encontraba que, como en el caso de otras lenguas, el uso a lo largo del tiempo había alterado lo suficiente la lengua original, perdiéndose con ello el método y la razón sobre la cual se rigen sus signos. (11) Otra razón importante era la certeza de que la escritura china no cumplía con aquel ideal de la lengua característica en tanto cálculo de los razonamientos; en palabras de Oliver Roy, "los símbolos chinos son, sin...

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