Leer a contraluz

AutorMónica Márquez

En el enamoramiento que nos deja una lectura maravillosa no sólo participan dos, sino tres: el autor, el lector y el editor.

Pocas veces visualizamos el valor del editor en la cadena del libro, pero su papel es crucial. Es precisamente quien hace posible el encuentro: desde que busca, intuye, visualiza, vincula, sopesa, arriesga, propone, busca financiamiento, materializa, cuida proceso, distribuye, divulga, posiciona, comercializa, da cuenta, responde. Nada fácil su papel. Y menos para las editoriales independientes, que compiten en inmensa desventaja con las grandes cadenas que dominan el mercado.

Ser editorial independiente es un oficio de alto desgaste, casi casi una locura. Y si además se hace en este País, pero fuera de la Ciudad de México, ya es más bien masoquismo. Sin duda, lo que las hace sobrevivir sin perder su esencia es una inmensa vocación, un temple de acero y un amor a los libros.

Claro que no tendría que ser así, pues son las que ponen al mundo editorial la nota de inclusión y diversidad, son las que apuestan por talentos ocultos, géneros y temas arriesgados, son las que tienen el pulso de lo local y van abriendo camino.

Aquí, es necesario rendir homenaje a las editoriales tapatías que son nuestras "madres" editoriales, surgidas en los noventa: Mantis Editores, Petra Ediciones, Arlequín, La Zonámbula, Paraíso Perdido, Literalia Ediciones. Luego, el reconocimiento a las nacidas en la década del 2010: Mano Santa, Salto Mortal, Belmondo Editores, Arquitectónica e Impronta, que se distinguen por su...

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