La lección de anatomía de Hirst

AutorDaniel Rodríguez Barrón

Damien Hirst (1963) es probablemente el artista vivo más famoso de Inglaterra, y uno de los más importantes del mundo. Cuando en 1991 presentó en la Saatchi Gallery su tiburón blanco en un tanque de vidrio con formol, llamado The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living, se convirtió en un icono de los medios de comunicación tan celebrado y recurrente como una estrella de cine o de rock.

Actualmente, la Galería Hilario Galguera, en la Colonia San Rafael, exhibe hasta el 31 de agosto una muestra realizada ex profeso para México, llamada La muerte de Dios. Hacia un mejor entendimiento de la vida sin Dios a bordo de la nave de los locos, que también incluye un tiburón.

La muestra podría dividirse en tres áreas: pintura, instalación y las piezas en tanques. Se exhiben también sus famosas spin paintings realizadas sobre una tabla giratoria donde cada obra, por decirlo así, se crea a sí misma a través de una fuerza centrífuga, lo cual lleva la pieza a su mínima expresión, eliminando incluso toda aspiración de formulación abstracta.

Sus cajas o gabinetes muestran una colección de herramientas quirúrgicas, tal y como las veríamos en el catálogo de una tienda, o en un hospital; otras vitrinas están llenas de comprimidos mojados en sangre, que llevan títulos como La sangre de Cristo.

Sin embargo, si uno va a ver a Hirst, quiere ver a sus animales -vacas, corderos o el famoso tiburón- disecados, a veces desollados y preservados en una piscina de formol, y dispuestos en las más angustiosas posturas.

Estas piezas brutales, directas y hermosas, tienen todo lo que una obra plástica debería tener en términos, digamos, clásicos: texturas, relieves, volumen y una rara tridimensionalidad, pues los espejos y el líquido donde están sumergidas las vuelve al mismo tiempo muy concretas, como si estuviésemos en un museo de ciencias naturales, y angustiosamente imaginarias, como una pesadilla recurrente.

Julia Kristeva escribió: "Lo abyecto nos confronta con los estados de fragilidad en los que el hombre vaga en los territorios de la animalidad". Los animales desollados pintados por Rembrandt, Chaim Soutine o Francis Bacon nos recordaban cuánto de animal había en el ser humano; en cambio, al colocar a sus animales en posturas netamente humanas (corderos hincados y rezando, carneros crucificados), al condenarlos al dolor humano, Hirst nos recuerda que en el reino animal no hay nadie más bestial que el ser humano.

Los maestros citados, mostraban...

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