El lado oscuro de la acera

AutorDavid Lida

Nadie ha sufrido el frío descomunal de los últimos meses más que Martha. Ella pasa todas las noches en una esquina de Insurgentes Sur, desde las 10 y hasta que el cuerpo aguante. Viste minifalda, medias de red, tacones altos y un top que deja su ombligo al aire: busca clientela.

"Ando casi encuerada. La que no enseña no vende, mi amor", dice Martha.

No se cree travesti. Según ella, un travesti es un hombre que se transforma en mujer en ciertas ocasiones.

"Como Francis", cuenta, "yo soy una qüina. Todo el día y toda la noche ando de mujer".

¿Pero se siente mujer? Martha reflexiona antes de contestar.

"Me gusta aparentar que soy mujer y sentirme mujer, pero no lo soy. No me siento hombre. Tengo relaciones como hombre porque algunos clientes me lo piden".

Dice que para evitar problemas, antes de cerrar el trato, siempre aclara al cliente su condición. Los que van con ella lo entienden muy bien.

"La mayoría de los clientes -olvida la mayoría, cien por ciento de ellos - me toca el pene".

"En este negocio si no hay dinero, no hay nada", continúa.

Ella pide su pago por adelantado y si no quieren dárselo, dice: "Lo siento, me voy". Martha cobra 180 pesos por sexo oral, 450 pesos por una relación y una tarifa mayor para ciertas fantasías. Por ejemplo, hay clientes que quieren sexo al aire libre y les cobra mil pesos.

"Y si llega la policía, es culpa del cliente. No voy a decir en dónde, porque eso nos puede perjudicar. Los vecinos pueden quejarse de que hacemos cochinadas en la calle".

En raras ocasiones, ha ganado hasta 5 mil pesos en una noche.

"Pero eso es toda la noche, mi amor. Hay ciertos clientes que pagan muy bien. Pero esos son los que quieren bailar hasta la madrugada. Siempre quieren drogarse, no faltan los que te ofrecen. También tienes que decirles que son los mejores".

Suele dar servicio dentro de coches y en cuartos de hotel. El mejor hospedaje que le ha tocado es el Krystal de la Zona Rosa y el peor es uno de a 30 pesos en Tlalpan.

"Hasta el cliente se quejó. Le pregunté: ¿qué esperabas por 30 pesos? No me acosté en la cama, ni me quité los zapatos".

También va con clientes a sus domicilios, aunque tiene que evaluarlos rápidamente y con frialdad antes de ir.

"Nunca sabes lo que te puede pasar", explica. "Violencia, forcejeos, gritos".

Pero ha sufrido lo peor en manos de los policías, dice.

"Te golpean horrores, te humillan, te quitan el dinero. Te dejan tirada lejos de todo. A veces vienen en caravanas. Me han violado. Prefiero...

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